Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Mirando a los sediciosos

Lo llaman «judicialización», pero es separación de poderes. Precisamentepor eso, les sostenemosla mirada

Sergi Doria

«Mirándote a los ojos juraría que tienes algo nuevo que contarme…» cantaba José Luis Perales en «Y quién es él». Ellos y ellas son los políticos presos que retan a quienes respetan la legalidad democrática a sostenerles la mirada. ¿Querrán hipnotizarnos?

Tras el enésimo bochorno del Parlament con la tribu exconvergente en modo bloqueo por la inhabilitación de Torra –a partir de ahora, president Zombie –, los sediciosos retornaron al lugar del delito: no se trataba de ningún reconocimiento pericial para reconstruir el golpe del 6 y 7 de septiembre de 2017, el 1-O, o la ridiculez del 27-O… Tampoco de una localización exterior para algún documental hagiográfico de TV3 . Venían, pobrecitos, a quejarse de la aplicación –breve, somera, constitucional– del artículo 155.

Junqueras retomó su papel de Gandhi de Sant Vicenç dels Horts. Tras afirmar –premisa falsaria de sus tramposos silogismos– que un referéndum de autodeterminación «es una cosa normal» enarboló la bandera del diálogo por ser «la mejor para esa república que tanto anhelamos» (la anhelará él, la mitad larga de los catalanes, no).

El junquerismo volvía a ser amor. Quedaba atrás la mala hostia del orondo Beato cuando espetó a los periodistas de El País : «Y una mierda. Y una puta mierda». El airado patriarca contestaba a la pregunta de si los sediciosos no engañaron a los catalanes al prometer una república imposible… «Gracias a lo que hicimos nos hemos ganado el derecho a repetirlo», recalcó chulesco.

El sostenella y no emendalla es el leitmotiv de la tribu. Turull sigue iluminado: «En cuatro meses Cataluña había podido ser un Estado», lamentó al tiempo que retaba al grupo de Cs a que le sostuvieran la mirada. ¡Otro con dotes hipnóticas!

La comparecencia demostró que los sediciosos –cual secta religiosa– desconocen la autocrítica. No tienen nada nuevo que contar. Victimismo y enemigo exterior mientras el 61 por ciento de los catalanes desautorizan al gobierno de Junts per Catalunya y Esquerra por su incapacidad para resolver los problemas (reales).

Menos del coronavirus, los comparecientes acusaron de todos los males al 155. Forn le atribuyó los accidentes en la N-340 y 240: su aplicación retrasó el desvío de camiones a las autopistas A-2 y A-7. Lo dejó ahí, estilo Boye: sin datos, pero con fe.

Romeva reconoció –poquito– que no habían conseguido su anhelada república… aunque no renunciaban a volverlo a intentar.

La castrista Bassa, cuya hermana cobra de diputada del Congreso –el dinero español non olet– y proclama que la gobernabilidad le importa un comino, aseguró que la precariedad de los menas era culpa del 155 porque retrasó las prestaciones sociales.

Rull –el que rima con Turull– negó que la fuga de empresas –propiciada, según él, por el discurso del Rey– afectara a la economía. El 155, subrayó, fue la «maquinaria de agitación para difundir falsedades sobre la economía, la huida de empresas, la convivencia y la caída del turismo». Hablen con restauradores, y programadores culturales: constatarán que Rull miente como sonríe.

En su libro En el tsunami catalán (Galaxia Gutenberg), el periodista Santiago Tarín se remonta a 1980 para concluir en qué ha parado la ingeniería social que urdió Jordi Pujol hasta conseguir que Cataluña existiera como si no existiese España. La diferencia entre Pujol y estos botarates es que eludió siempre el choque frontal con el Estado: «Sabía que era una batalla muy fácil de perder… conocía perfectamente la lógica de los Estados y qué piensa Europa de determinadas aventuras», apunta Tarín.

La estrategia convergente tuvo los efectos de la carcoma: vaciar el Estado desde la autonomía: crear infinidad de celdillas clientelares para que un día España, ya diluida desde hace tiempo en « L’Estat », resultara ajena a los catalanes. La lengua, la educación –con el desmembramiento de la historia común de cinco siglos–, culminan en la ilustrativa anécdota que recoge Tarín: «Un día, una sobrina estaba estudiando en casa y comentó que en el colegio, concertado, le habían explicado que el Ebro es un río catalán que nace en otra tierra ».

Con lo que no contaban quienes hablan de conflicto entre el Estado y los catalanes y no entre el Estado y los independentistas; aquellos que confunden Govern y Generalitat y al gobierno del PP con el Estado español es que el Estado, apunta Tarín, permanecía entero en 2017: «Quizás les pasó porque, en Cataluña, poder político y administración están demasiado entrelazados y pensaron que más allá del Ebro también era así. Tal vez por eso los líderes catalanes piden la puesta en libertad de los presos al presidente del Gobierno, que no tiene en su mano ordenarlo. Y también olvidan que los fiscales del Tribunal Supremo se hicieron los sordos cuando los cantos de sirena gubernamentales les pedían ser más flexibles…».

Lo llaman «judicialización», pero es separación de poderes. Precisamente por eso , les sostenemos la mirada.

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