Sergi Doria - Spectator in Barcino
Entre la Cerdaña y Cerdeña
Los silogismos falsarios del empalagoso discurso progre podrían culminar en una conclusión lapidaria que explicaría el declive de la autoridad en Cataluña: «No hay que criminalizar a los criminales»
![Elsa Artadi, líder de Junts en Barcelona, en una imagen de 2019](https://s2.abcstatics.com/media/espana/2021/10/03/artadi-U30744148996kOE-U01376266305pdM-1248x698@abc.jpg)
Las invectivas de Elsa Artadi contra Ada Colau mueven al estupor por lo descarado de su hipocresía. Su formación, 'Junts por lo que Sea', cuenta con significados profetas de la desobediencia a la ley. El «apreteu» de Quim Torra (92.000 euros). O Laura Borràs (155.570 euros), la fan de Hasel que afirma que quemar un contenedor no es violencia.
Si la declaración de la presidenta del Parlament es escandalosa, peor todavía su argumentación. La palabra 'violencia' hay que utilizarla solamente «cuando afecta a las personas, no a las cosas». O sea, que los islamistas que debelaron las Torres Gemelas atacaban a cosas… con personas dentro. Cuando arde un contenedor se ataca a una cosa… Las llamaradas llegan hasta los balcones de edificios habitados por personas.
Después de una década socavando la convivencia, sorprende a la dirigencia separatista que los jóvenes bárbaros organicen noches de cristales rotos y pillen globos de gas de la risa. También pone cara de sorpresa nuestra alcaldesa: aquella que, con el verbo 'criminalizar', tacha la autoridad de autoritarismo.
Si se allana un piso, aunque esté habitado y tenga propietario: «No hay que criminalizar al movimiento okupa». Si unos 'menas' emulan al Vaquilla: «No hay que criminalizar a los menores migrantes». Si ese migrante ha entrado en España de forma ilegal: «No hay que criminalizar a las personas en situación administrativa irregular».
Si el independentismo impone unas elecciones ilegales el 1-O: «No hay que criminalizar las urnas». Si las secciones de asalto separatistas conmemoran aquel referéndum ilegal quemando contenedores (si los contenedores son cosas no hay violencia, asegura la imputada Borràs): «No hay que criminalizar al independentismo». Si energúmenos enmascarados asaltan una comisaría: «No hay que criminalizar a los movimientos antifascistas». Si un puñado de separatistas viejunos cortan la Meridiana porque hoy es hoy… «No hay que criminalizar el derecho de manifestación». Si pillan a una docena de CDR con las manos en la masa (sustancias químicas para fabricar bombas, planos de edificios públicos): «No hay que criminalizar a los CDR». Si el rapero Rivadulla amenaza al alcalde de Lérida y agrede a una periodista: «No hay que criminalizar la libertad de expresión». Si cuarenta mil beodos de edades comprendidas entre los quince y los treinta años arrasan Barcelona: «No hay que criminalizar a la juventud…».
Estos populistas, siempre tan reacios a la criminalización, no muestran la misma condescendencia con quienes no piensan como ellos. Criminalizan a los votantes del PP, Vox y Ciudadanos, a los toreros, automovilistas, aeropuertos… A quienes consumen carne, a las Fuerzas de Seguridad del Estado, al Ejército, los jueces, los castellanoparlantes, los curas (todos pederastas)… A Woody Allen, al almirante Cervera, a los Reyes Católicos, Colón, Hernán Cortés los Reyes Católicos y a Tintín…
Los silogismos falsarios del empalagoso discurso progre podrían culminar en una conclusión lapidaria que explicaría el declive de la autoridad en Cataluña: «No hay que criminalizar a los criminales». Entendiendo como tales los navajeros de la Mercè o aquella defensa numantina de la violencia antisistema que propagaba el (premiado) documental 'Ciutat morta'.
¿Lo recuerdan? Una casa okupada, un proyectil, maceta o piedra, que deja a un guardia urbano en silla de ruedas… Como no hay que criminalizar al movimiento okupa se criminaliza a la policía y victimiza al agresor, Gregorio Lanza Huidobro. Un lustro después, Lanza asesina en un bar de Zaragoza a un hombre por llevar tirantes con la bandera rojigualda.
Para formar parte del pensamiento hegemónico conviene adoptar el papel de víctima y exhibir de forma grosera algún trauma para sentirte aceptado por la tribu. Bret Easton Ellis lo explica muy bien en 'Blanco' (Random House): «Hacerse la víctima es como una droga: sienta bien, recibes tanta atención de la gente, que de hecho te define, hace que te sientas vivo e incluso importante mientras alardeas de tus supuestas heridas, por pequeñas que sean, para que los demás las laman. ¿A que saben bien?».
En Cataluña y la Barcelona de Colau la victimización es el protocolo para medrar social y políticamente. Todo el discurso secesionista gira sobre la imagen de una Cataluña -según Artur Mas, Dinamarca del Sur; según Pere Aragonés, república de referencia del sur de Europa- violentada en su cultura y expoliada en su economía por un ogro represor llamado Estado español; los comunistas encubren su gastada utopía totalitaria con el ecologismo, la corrección política y la okupación.
Este delirio, señala Ellis, «anima a la gente a pensar que la vida debería ser una plácida utopía diseñada y construida por frágiles y exigentes sensibilidades, y en esencia les alienta a perpetuarse como eternos niños…».
Esa secta infantiloide hace de Cataluña el más extenso muladar del victimismo. Mañana, el caudillo de la secta comparece ante una juez en El Alguer. Sus adeptos, políticos con suculentas nóminas que pagamos entre todos, dejarán la Cerdaña para vitorearlo en Cerdeña.