Sergi Doria - Spectator in Barcino

Casta (y caspa) independentista

«Los problemas reales de la ciudadanía aburren a los caudillos de Nuestra Utopía»

Quim Arrufat y Eulalia Reguant EFE

Sergi Doria

A los presuntos adultos que todavía contemplan el procés como movimiento de abajo a arriba contra un Estado autoritario y no una revuelta de la oligarquía autóctona contra la legalidad democrática. Que esperan una república catalana donde todo funcionará como un reloj, sin corrupción, ni explotación, con la libertad de expresión en su cénit y helado de chocolate de postre lamentamos decirles que, pese a su insistencia en votar a quienes les han engañado durante una década, el independentismo es casta y caspa.

Casta: concepto peyorativo del demagogo Iglesias hasta que su creador se integró en el sistema que condenaba. Castaluña: burguesía que se finge revolucionaria, condescendiente con los chicos de la gasolina de Urquinaona, camufla con banderas sus rebosantes carteras. El «pueblo», en modo Carl Schmitt: la ley de transitoriedad que permitía al presidente de la república catalana elegir los jueces.

A la casta del derecho a delirar (hilarante título de Ramón de España) que encabeza Puigdemont no solo le estorba España y la monarquía; también la autonomía, el catalanismo, los letrados del Parlament y los Mossos d’Esquadra.

El inhabilitado Torra (122.000 euros anuales) advierte que el independentismo tendrá como obstáculo al funcionariado que cumple la ley: «En un momento de desobediencia has de aceptar que la represión puede venir de los ámbitos de la misma autonomía. Todo esto es la máxima complicación de nuestro momento».

Los problemas reales de la ciudadanía aburren a los caudillos de Nuestra Utopía. Lo aclaró Eduard Pujol, diputado montaraz que decía ser perseguido por un señor con patinete. Así interpretaba, a su castiza manera, el escándalo de las listas de espera en la sanidad que había recortado Artur Mas: «A veces nos distraemos con cuestiones que no son las esenciales. Que si 85 días de lista de espera, que si tendrían que ser 82… Nos estamos peleando por las migajas. Tenemos que ir a la resolución real del problema». ¿Y cuál era la «resolución real»? ¿Lo adivinan? ¡La milagrosa república catalana!

Esquivar la incompetencia del presente con las promesas del futuro es una socorrida coartada de los regímenes totalitarios. Los rusos malvivían con una turbia sopa de col, pero los soviets daban por bueno el sacrificio porque el futuro deparaba una munífica sociedad comunista.

Lo que empezó como la «revolución de las sonrisas» ha acabado con un aquelarre de cabezas de cerdo y piromanía. ¿Muy feo, no? Goebbels preconizaba la animalización del adversario. El bestiario resultante, como ilustra Art Spiegelman en su novela gráfica Maus, convertía a los judíos en ratas y a los polacos en cerdos. Desprovistos de alma, los perseguidos veían abrirse las compuertas del exterminio.

Incapaz de hacer de Cataluña la Dinamarca del Sur, el separatismo ha excretado Caspaluña. Los promotores de la república, vaya chasco, son tan casposos e hipócritas -la doble moral franquista- como cualquier hijo de vecino. En Esquerra, Josep Lluís Salvadó ya sentó cátedra rijosa. Había que encontrar una mujer para la consejería de Enseñanza: «Pues mira, a la que tenga las tetas más gordas se lo das y ya está», propuso risueño.

Josep Maria Mainat, expendedor de bazofia audiovisual vendida por 90 millones mediante un afortunado pelotazo, convierte su casoplón barcelonés en plató de un casposo culebrón: la exesposa alemana, que cayó tan bien en TV3 porque hablaba catalán, deviene en presunta asesina; se le atribuye un rollo remunerado con un sudamericano que dice ser mecánico, enrollado a su vez con una rusa que dice ser astróloga.

Este nuevo rico de mirada glauca y mandíbula prognata encarna, en su faceta más soez, la impostura rebelde de la casta. Sus tuits, con escatológicos ataques a la Justicia y a la Corona, jalonan la miseria moral de nuestras clases extractivas; en plena pandemia propuso proclamar la independencia: «Fingimos que estamos todos infectados, así los policías no querrán actuar y, si lo hacen, nos defendemos tosiéndoles a la cara y huirán acojonados…».

Graciosillo él, que se hizo millonario gracias al Estado opresor: reciclaje en castellano de canciones de La Trinca, crónicas friquis, triunfitos cacofónicos, infinitas variaciones de la telebasura.

Al alcalde de Esquerra en Manlleu lo echan de un bar borracho y se retira a Montserrat a destilar su no dimisión; el partido exonera al exconsejero Alfred Bosch, pese a haber silenciado el acoso sexual de su exjefe de gabinete.

Quim Arrufat niega haber cometido agresiones sexuales a compañeras de partido y camiseta. El exdiputado de la CUP, secta donde varones hirsutos hablan de «nosotras», pide respeto a la presunción de inocencia que él negaba a sus adversarios: «Un derecho y una consideración que no se suele aplicar cuando el señalado presunto acusado es de derechas», observaba Sergi Pàmies en La Vanguardia. Y si es de derechas y españolazo ni te cuento, Sergi.

De aquella Dinamarca del Sur a esta Caspaluña. ¿Qué fue del orgulloso hecho diferencial?

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