Sergi Doria
En el búnker del fugado
Si los del búnker franquista no hicieron la guerra para entregarse a la partitocracia demoliberal, los del Búnker por la República no hicieron el referéndum ilegal para respetar la Constitución ni a los catalanes que no les siguen
El rebrote del Segrià, anunciado y abordado tarde y mal por el dúo Vergés-Homrani, consejeros –¡todavía!– de Salud y Trabajo, demuestra que el no-gobierno Torra aplica el viejo dicho de «consejos vendo que para mi no tengo». Revela también que, más allá de las trifulcas por el poder, lo que une a Junts per Catalunya y Esquerra es la incompetencia. Aspiran a instaurar la República Catalana y son incapaces de gestionar una comarca de Lérida.
El desguace de cuarenta años de « dictadura blanca» nacionalista podría recordar al tardofranquismo: de los «aperturistas» en las «asociaciones políticas» de Arias a los partidos democráticos: Alianza Popular, UCD (con sus sectores democristiano, azul, liberal y socialdemócrata), el PSOE, la Convergencia de Pujol. Y el PCE de Carrillo, para neutralizar rupturismos. No es un reproche: no hay reforma posible sin el concurso de quienes conocen el estado a reformar.
Fracasado el ilusionismo que «revolucionó» la burguesía convergente encabezada por Mas, Gran Recortador de la sanidad pública , la antigua federación de Convergencia y Unió se ha atomizado en facciones que pretenden demostrar que el nacionalismo moderado no es un oxímoron.
PDECat, Convergents, Partit Nacionalista de Catalunya, Units per Avançar, Lliures o Lliga Democrática se alejan, aunque con matices, del unilateralismo sedicioso que llevó a la prisión a quienes fueron compañeros del viaje a ninguna parte conocido como «procés». Encarnan a quienes en 1975 fueron los partidarios de la reforma del sistema para evitar la ruptura que conduce al golpismo y la miseria. Ojalá de ese conglomerado de partidos surgiera un Suárez, el «héroe del repliegue» que elogió Enzensberger.
Al igual que los ultras de Girón vindicaban «los principios del 18 de julio», «la revolución pendiente» y el «no ganamos una guerra para esto», el caudillo Puigdemont convocó en Perpiñán a su Búnker por la República.
La reunión no tuvo nada que ver con los cien mil adictos que compartieron odio antiespañol y coronavirus el 29 de febrero convencidos de ser el centro del Universo. El Mesías no pudo acompañarse de doce apóstoles. Estaban sus fieles compinches , Toni Comín y Clara Ponsatí, el aprovechategui Antoni Castellà, la declinante Elisenda Paluzie, los conmilitones de Junts per Cat Toni Morral y Aurora Madaula, el vinatero Llach, uno de las CUP (Guillem Fuster de Poble Lliure) y otro de Esquerra, un tal Isaac Peraire. Lluís Puig Gordi no pudo asistir: debe permanecer en Bélgica ante una posible extradición.
Este Puig es inasequible al desaliento: por eso sigue en el búnker del Fuga-do. Defiende «el mandato democrático del 1 -O» como los excombatientes de Girón defendían «los principios del 18 de julio». Los cien días en el gobierno sedicioso, los mil de exilio belga –gaufres, moules, pommes frites– y las arengas del Fugado han incrementado la contagiosa mitomanía que aqueja a la secta separatista. En la vista ante la justicia belga , se comparó con Beethoven y cambió sus sardanas por las sinfonías: «No estoy cansado, Beethoven hizo nueve sinfonías y si hace falta resistiré hasta la novena petición de extradición». Pobre hombre.
Si los del búnker franquista no hicieron la guerra para entregarse a la partitocracia demoliberal –¡ aquellos editoriales de El Alcázar y Fuerza Nueva !–, los del Búnker por la República no hicieron el referéndum ilegal para respetar la Constitución ni a los catalanes que no les siguen. ¿Pueden sentirse orgullosos de aquel pucherazo con escudos humanos? Incluso quienes desde la izquierda «compran» algunos de sus argumentos –referéndum, pero legal– y critican la «judicialización», subrayan la «fetichización» del 1-O por el independentismo: «Cuando la óptica unidireccional prima sobre el juicio distanciado, estamos en el plano del cinismo o del utilitarismo religioso: solo cuenta mi presente y/o un ilusorio futuro de salvación… Incluso Junqueras, proclive al examen de conciencia y tendente a abrir el campo, muestra ese modelo mental, que tiende a investir la propia posición de una obligatoriedad más cercana a la religión que a la política… Ahí se sigue viendo todo desde un solo ángulo, y esa ha sido la inercia del procés…», apunta Josep Casals en Crónica crítica (Anagrama).
Desde su Búnker de la República, Juan Domingo Puigdemont, hilarante alias del admirado Joaquín Luna, llama a la «confrontación» con el Estado. Tras el fiasco de la Crida (esperaba un millón de adhesiones y se quedó en noventa mil), el 25 de julio fundará un Movimiento Nacional Digital del separatismo recalcitrante.
El gasolinero Canadell ya saliva: « Vamos tarde, pero avanzamos ». La frase recuerda a la del reportero Chuck Tatum en «El gran Carnaval» cuando justifica ante su director el sensacionalismo amoral que imparte a un joven reportero que le admira. El muchacho «quiere avanzar, avanzar», proclama Tatum: «¿Hacia dónde?», responde el director.
¿Adónde va el Fugado Bunkerizado ? Su «confrontación» ha de ser consigo mismo, en el espejo: verá un narcisista (ahora se cree Freddy Mercury). Patético.
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