Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO
Barbarie sectaria, suicidio colectivo
Tampoco se sabe todavía si Torra alias «Gandalf» y Puigdemont alias «Lisa» movían los hilos de los CDR que jugaban con bombas y se marcaban objetivos para el atentado y el sabotaje
Los especialistas resumen el comportamiento sectario en cuatro indicadores. Primero. La secta se presenta en su versión más edulcorada y se ocultan los aspectos negativos. En Cataluña, la información que alude al separatismo se blinda con la etiqueta de «cívicos y pacíficos»; se minimiza, o se niega de plano, el carácter violento de sus acciones. Coartar la libre circulación de personas y mercancías y violar el Espacio Schengen; bloquear la frontera con Francia; arruinar a los camioneros; clavar punzones de acero en los arcenes; talar árboles; quemar neumáticos; destrozar quitamiedos para las barricadas; sembrar de cristales rotos el pavimento; cerrar los accesos a Barcelona o sabotear vías ferroviarias son para Quim Torra alias Gandalf y su portavoza Meritxell Budó «garantizar el derecho a la protesta» y la libertad de expresión, aunque ese derecho pase por encima de las libertades individuales y erosione la economía de todo el país: 15 millones de euros cada jornada de caos.
Un diputado de Esquerra bendice el vandalismo en el Parlament: «Habríamos de aplaudir siempre todos los movimientos de lucha social porque son los que nos hacen avanzar como sociedad y desde aquí yo los aplaudo». ¿Avanzar hacia dónde, señor Jordi Albert? A los cándidos que siguen creyendo en la populista Esquerra como partido de gobierno les desilusionará la afirmación del vicepresidente Pere Aragonés. Si Torra, alias Gandalf, dijo a los CDR « apreteu », él les dice « no afluxeu ».
Al consejero Jordi Puigneró le parece macanudo que unos estudiantes holgazanes lleven dos semanas interrumpiendo el tráfico en Gran Vía-Universidad porque eso y no el estudio -¿acabarán con aprobado general?- es «reivindicar lo que ha de ser su futuro, el futuro económico, social, pero también de libertades».
O sea, que hundir la economía y promover al absentismo académico garantiza el futuro de la juventud. En la neolengua separatista, vandalismo es movilización cívica, libertad de expresión, avance social, futuro económico… El mundo al revés, que eso es una secta.
Segundo. Obediencia ciega y opacidad en los resortes del poder sectario. Se sigue al líder, pero se sabe muy poco sobre cómo se toman las decisiones en sus círculos más próximos. En el caso catalán, nada se sabe del Tsunami Democràtic, pero sus estrategias de subversión se aceptan sin rechistar. Tampoco se sabe todavía si Torra alias Gandalf y Puigdemont alias Lisa movían los hilos de los CDR que jugaban con bombas y se marcaban objetivos para el atentado y el sabotaje.
Tercero. En la secta -y en los partidos políticos que se les parecen tanto- no se admite la crítica a la cúpula ni la disensión. La adhesión al grupo se mantiene a costa de todo. Aquel que piensa por su cuenta es señalado, humillado y condenado al ostracismo que en las sociedades de pensamiento único como la Cataluña nacionalista equivale a la muerte civil.
Cuando el 27 de octubre de 2017 Puigdemont, quizá en su única decisión racional, quiso convocar elecciones fue acusado por Gabriel Rufián de ser un Judas que se vendía por 155 monedas de plata, mientras otros miembros de la secta le llamaban botifler y rompían carnés. Eso mismo escuchó Ernest Maragall, consejero de Educación en tiempos del tripartito, cuando pretendió aplicar la ley e incorporar una hora de castellano en las escuelas.
Al consejero de Interior Buch se le ha cubierto de improperios cada vez que ha aplicado la ley. En la frontera francesa optó por la eufemística «proporcionalidad», que consiste en dejar hacer a los vándalos mientras los CRS franceses sí hacían su trabajo: despejar la autopista.
Moraleja: si no aparece pronto un traidor que resquebraje el búnker independentista, como hizo Suárez en 1976 con el Movimiento Nacional, la barbarie que programan los CDR se perpetuará en Cataluña.
Y cuarto. En la secta, «nosotros» somos los buenos y el demonio son los otros. En palabras de nuestros líderes sectarios, el independentismo está en el lado correcto de la Historia, mientras que España, además de «robar» a Cataluña, es un Estado «autoritario y represor» al estilo de Turquía. Y eso lo dicen quienes desprecian a la Unión Europea y buscan la ayuda de países tan democráticos como China o la Rusia de Putin. No se pierdan el documentado reportaje del compañero J. G. Albalat en El Periódico sobre las investigaciones de la trama rusa a cargo del juez Joaquín Aguirre.
El 26 de octubre, Puigdemont recibe un mensaje de Víctor Terradellas, presidente de la fundación nacionalista Catmón, para que reciba a un emisario de Putin. El fugitivo de Waterloo pretendía convocar elecciones, pero cambia la decisión por la DUI. Terradellas le pide que retrase el anuncio: la rueda de prensa se suspendió a la hora anunciada. Puigdemont recibe a la comitiva en la Casa de los Canónigos -residencia oficial del presidente de la Generalitat-. Al final se impone la DUI.
De la secta destructiva al suicidio colectivo.