Teresa Giménez Barbat - Agenda europea
Noches de la ira
Cs ha sufrido alrededor de cuarenta ataques, concentrados mayoritariamente en los dos últimos años, en lo que cabe interpretar, de forma inequívoca, como uno de los efectos más visibles del recrudecimiento del «procés»
Después de enterarme de que la sede de Cs en Barcelona, en la céntrica calle Balmes, ha sido de nuevo atacada (si no yerro, se trata de la sexta vez entre ataques, escraches y aun intentos de asalto), me he tomado la molestia de «googlear» los ataques a las sedes de Cs en Cataluña. La de Hospitalet, por ejemplo, ha sufrido doce en los últimos dos años (dada la frecuencia con que se suceden no cabe descartar que ya se haya producido el décimo tercero). La mayoría de los ataques consisten en pintadas insultantes o amenazantes (mirillas telescópicas incluidas), salpicaduras de pintura amarilla contra los rostros de Inés o Albert, a lo «paintig ball», y vuelco de basura y excrementos animales. Doce son también las veces que la sede de Lérida ha amanecido pintarrajeada. La de Sitges, por su parte, ha recibido cuatro visitas con un saldo similar, y Miguel Ángel Bastenier, regidor de Cs en el Ayuntamiento de la localidad, donde el partido cuenta con otros dos regidores, ha sido señalado en una pintada frente a su domicilio esta misma semana. Otras agrupaciones naranjas contra las que el nacionalismo ha dirigido su intolerancia han sido las de Gerona y Cornellá, y es probable que me deje alguna en el tintero.
Hablamos de alrededor de cuarenta ataques, concentrados mayoritariamente en los dos últimos años, en lo que cabe interpretar, de forma inequívoca, como uno de los efectos más visibles del recrudecimiento del «procés». Ni que decir tiene que Cs no es el único partido de ámbito nacional con arraigo en Cataluña que ha estado en el punto de mira de los CDR y sus satélites. También el PP y el PSC han sido objeto de la expresión más descarnada de lo que Arcadi Espada llama el achique, y que no es más que la estrategia auspiciada por el pujolismo para ir estrechando los límites de lo que el adversario político puede o no puede decir, hasta prácticamente reducido a una excrecencia folklórica. La «plantada de creus» en las playas forma parte de ese achique. De ahí la inmoralidad de establecer una simetría entre ponerlas y quitarlas. Como no la puede haber entre el que arroja excrementos contra los cristales de una sede y el que los limpia después.