Teresa Giménez Barbat - Agenda europea

Memoria histórica de las brujas

«Al reclamar la memoria histórica de las brujas nos deslizamos por una pendiente política resbaladiza de inacabables reivindicaciones extravagantes»

El Parlamento de Navarra acaba de reivindicar la memoria histórica de las brujas a través de una resolución de regusto neopagano y negrolegendario presentada por Podemos, y apoyada por el partido socialista, y por EH Bildu.

La llamada caza de brujas es ciertamente un fenómeno histórico que alcanzó unas dimensiones alarmantes entre los siglos XIV y XVII, cuando se llegaron a quemar hasta 35.000 personas (y no los millones que se llegaron a decir) en América y Europa. Si bien cabe recordar que un número desproporcionado de estas ejecuciones (hasta 26.000) tuvieron lugar en un solo país: Alemania. En la católica España las sentencias de este tipo no pasaron de 50.

Aunque es cierto que las mujeres resultaron victimizadas desproporcionadamente, las víctimas masculinas no son raras. Parece que en los procesos celebrados en Islandia, Estonia o Moscú la mayoría de los ajusticiados fueron varones. Unos datos que, en su conjunto, moderan la visión de la caza de brujas medieval como un antecedente exclusivo «de la represión sufrida por las mujeres en tiempos más recientes».

Lo que la resolución del Parlamento navarro denomina «mayúsculo feminicidio» no responde a un planteamiento patriarcal monolítico de la cultura dominante, ni de la misma Iglesia católica, cuya posición oscila significativamente desde el Canon episcopi del siglo X negando la realidad de la brujería, y por tanto desaconsejando su persecución, al irracionalismo y la misoginia del infame tratado Malleus maleficarum del siglo XV, que sirve como coartada teológica de la caza de brujas.

Estamos ante un complejo fenómeno histórico que debe ser analizado por historiadores, científicos y académicos, libres en lo posible de interferencias políticas y de prejuicios ideológicos. De hecho, este estudio disfruta de buena salud en nuestro país, desde las críticas que dedica el padre Feijoo a la brujería o la magia en el siglo XVIII, a las obras clásicas de referencia de Julio Caro Baroja o los estudios monográficos de la aragonesa María Tausiet.

Al reclamar la memoria histórica de las brujas nos deslizamos por una pendiente política resbaladiza de inacabables reivindicaciones extravagantes. Quizás otros parlamentos autonómicos encuentren un momento para reclamar la memoria histórica de sus heterodoxos favoritos: los priscilanistas (el obispo galaico Prisciliano fue la primera víctima de la Inquisición, por cierto), los cátaros, los albigenses, los bogomilos, o los librepensadores libertinos, para poner algunos ejemplos. Y perdón por darles más ideas.

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