Miquel Porta Perales
De farol
«El «proceso» fue una jugada de póker en la cual el independentismo escondía su juego»
Clara Ponsatí, exconsejera de Educación de la Generalitat de Cataluña, ha reiterado que el «proceso» era un «farol». Esto es, un envite o apuesta falsa -engañosa, amañada, fingida, simulada- que se hace para desorientar y atemorizar. Creo que la exconsejera tiene buena parte de razón. Efectivamente, el «proceso» fue una jugada de póker en la cual el independentismo escondía su juego, pero no solo para desorientar y atemorizar, sino también para ilusionar y sacar tajada de la partida de naipes.
Vayamos por partes. El independentismo quería desorientar al Estado poniéndole fuera de juego convocando a una multitud de personas -contabilidad recreativa: la calculadora se recalentó más de la cuenta- que obligaría al Ejecutivo a negociar. Cosa que -eso creía el independentismo en 2012- atemorizaría a un Estado que, finalmente -teoría del mal menor-, haría concesiones al «proceso». Todo ese montaje, todo ese farol, ilusionó a una masa independentista que -el «proceso» se retroalimenta- continuó saliendo a la calle en pro de la causa. De todo ello, el «proceso» intentó sacar tajada por la vía de las cuarenta y seis exigencias que se plantearon al Ejecutivo.
El problema surgió cuando la estrategia del farol funcionó y no funcionó. Me explico. Que el farol funcionara únicamente en Cataluña obligó al independentismo a continuar con el envite y doblar la apuesta. Esto es, la ficción y el engaño que no lleva a ninguna parte. Cosa que ha conducido al independentismo a un callejón sin salida. ¿Por qué? Porque, la estrategia del farol no funciona -al menos, de momento- en el seno de un Estado que no mordió el anzuelo de las concesiones.
Llegados a este punto, se impone una conclusión ante el «diálogo» que, según parece, se avecina: o el secesionismo catalán acepta la propuesta que haga el Estado o continuará sumergido en la más absoluta de las ficciones. A eso conduce el farol. Clara Ponsatí podía haber avisado en septiembre del año pasado. Pero, ¿quién garantiza que la cosa hubiera sido distinta?