Juan Milián - TRIBUNA LIBRE

Estado del malestar

Estos días escuchamos a algunos políticos independentistas decir que sus líderes serán absueltos en el juicio que se inicia el próximo martes, mientras otros afirman que la sentencia será condenatoria porque ya está escrita. Así de contradictorias parecen también las estrategias de las defensas, en las que las soflamas políticas de unos penalizan los argumentos jurídicos de otros. Y es que no parece fácil tener que convencer a los jueces de que nada pasó en Cataluña durante el otoño del 17 al mismo tiempo que juran y perjuran ante su feligresía que su república está en camino. O son unos mentirosos, o son unos golpistas. O ambas opciones son correctas.

No cabe duda de que los derechos de los acusados estarán más que garantizados, ya que la moderna democracia española nada tiene que ver con esa república sin valores republicanos que diseñaron con las leyes que nos pretendieron imponer por aquellas fechas. Sin embargo, haríamos bien en prepararnos para una tormenta de impúdico sentimentalismo contra la Justicia. En TV3 continuarán con sus aires de superioridad moral, pero situarán la cadena pública a la altura del más alienante reality show, porque solo con pornografía emocional la audiencia obviará las mentiras desenmascaradas y las enormes contradicciones que emergerán durante el juicio. Solo así mantendrán la cohesión del bloque independentista de cara al ciclo electoral que se nos echa encima.

Solo así mantendrán el negocio de gobernar sin tener que dar cuenta de su pésima gestión, porque es esta la cuestión. Los gobiernos nacionalistas han hecho de Cataluña la comunidad con más deuda pública e impuestos más elevados, siendo, además, una de las que menos prioriza presupuestariamente la educación y la sanidad. Sus medios afines consiguieron crear la figura del català emprenyat con «Madrid», pero prácticamente todas las malas decisiones que han provocado esta amarga, más que dulce, decadencia se han tomado en la plaza San Jaime de Barcelona. El nacionalismo es, pues, un clima de irritación que protege una política de irresponsabilidad. Es generar un estado de malestar perpetuo mientras se destruye impunemente una sociedad de oportunidades.

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