«He estado enamorada de Barcelona, pero no vuelvo ni loca»
ABC habla con cuatro catalanes que iniciaron su exilio por culpa del «procés»

Cataluña está empezando a dejar de ser atractiva para el capital humano. La potencia internacional de la marca Barcelona, con signos de desgaste, sufre ahora el desprestigio a nivel nacional, ocasionado, principalmente, por el nacionalismo y sus consecuencias radicales cuyo reflejo más claro es el de la violencia explícita vista en las calles de la capital catalana y los cortes de las vías de comunicación de manera regular y con impunidad.
Hay datos y estadísticas para todos los gustos (empresas, turismo, cultura...), pero hay una evidencia que sobresale en todos los análisis: los compatriotas de otras regiones de España están dejando de mirar a Cataluña para planificar su futuro. La Comunidad de Madrid gana en capital humano respecto a la comunidad catalana, que hasta hace unos lustros era un motor de atracción. Además, ya hay catalanes (de nacimiento o de adopción) que han decidido dejar la región para alejarse de la presión derivada del procés . Son los que inician un exilio interior dejando Cataluña para asentarse en otro punto de España, e incluso, si es necesario, dejar el país.
«Imposición»
Yael Borkow y su familia acabaron hastiados por el procés –iniciado en 2012– y desde 2017 están instalados en Zaragoza. Borkow explica para ABC su relación de enamoramiento y ruptura con Barcelona, una ciudad que la llegó a apasionar pero a la que no piensa volver: «He estado enamorada de Barcelona, pero no vuelvo ni loca». Procedente de su México natal, llegó a Barcelona antes de 2000 siguiendo a su pareja, originaria de Zaragoza, y estudió un máster de Psicología clínica en la Universidad de Barcelona, donde comprobó que su relación con Cataluña no empezaba con buen pie.
El primer problema lo encontró con el catalán. «No tuve problema en aprenderlo, pero lo sentí como una imposición», explica Borkow, que reconoce que el cambio fundamental se produjo cuando esta «imposición» se trasladó a la escolarización de sus hijos, a lo que se sumó, denuncia, al intento de «lavado de cerebro».
Desde ese momento decidió que no iba a callarse, iniciando una prolongada batalla contra el centro escolar que, reconoce, implicó mucho desgaste. Llegó a recibir amenazas y la mala relación con la escuela se trasladó a los padres del centro, a los vecinos... «lo que acabó repercutiendo en los niños». «Una madre me llegó a mandar un mail acusándome de estar chalada, de haberme convertido en una activista... La verdad es que yo no era una activista, pero me hice. No estaba dispuesta a callar. Hasta dejé de trabajar para convertirme en un parapeto para proteger a mis hijos», relata a este diario desde Zaragoza, ciudad en la que, afirma, sintió de inmediato una «sensación de alivio».
Borkow y su marido decidieron irse de Cataluña. «Tomar la decisión de marchar no fue fácil claro, uno vive donde puede ganarse la vida, y nos llevó años. Tenía la vida montada en Barcelona tras 17 años», explica. «Cuando surgió la oportunidad profesional, dimos el paso». Dos años después de aquella decisión, es «lo mejor» que ha hecho su vida. «Cruzar la calle sin pensar que alguien te dirá algo, o te mirará de reojo. Dejar de sentir esa presión es un alivio. Aquí todo es más fácil», señala. No se plantea el retorno. «La sensación es que las cosas han empeorado desde que me marché», confiesa.
«Me fui por los niños»
Nacido en Barcelona, Álvaro González empezó a plantearse su salida de Cataluña en 2012. «Es el momento en el que acabo de tener mi primer hijo y es la primera Diada independentista masiva. Me doy cuenta de que no quiero que viva en un lugar rodeado de odio», asegura por teléfono para ABC desde Madrid, ciudad en la que reside actualmente con su familia.
El caso de González es el del catalán que se siente español sin ningún problema ni complejo y actúa en previsión. En 2016, tras cerrar la escolararización de sus dos hijos, él y su mujer pidieron «el traslado profesional de localización física» pues sus empresas lo permitían. Dejaron en Cataluña a sus padres (los abuelos) y demás familia, a los que ven por fiestas señaladas, como en Navidad.
«Me fui principalmente por los niños. Soy el primer interesado en que mis hijos aprendan en su lengua materna, que en nuestro caso es el español. Es alucinante que en mi país, en España, no se pueda escolarizar a los niños en su lengua materna, si esta es el español. A esto se suma la deriva política. El nacionalismo lo impregna todo. Sin hijos, igual me hubiera quedado, pero decidimos que vivir en Barcelona no era sano», señala con pesar.
González reconoce que, con su salida de Cataluña y casos similares, el nacionalismo consigue parte de su objetivo («llegué a sentirme extranjero en mi propia tierra»), pero defiende que su decisión es por el bien de sus hijos, que «ya tienen claro que son madrileños». La familia González no tiene pensado volver a Barcelona para vivir: «Sigo la actualidad, pues lo que pasa enCataluña nos afecta a todos. Pero no me arrepiento de haber salido de Cataluña. Ni profesional ni familiarmente. El ambiente en Madrid es mucho más saludable», confiesa.
«El problema es español»
Otros ejemplos de exiliados con los que este diario ha charlado son los de Fernando Barberá y Javier Ortiz. El primero, que reside en Málaga desde hace un año con su mujer y sus dos hijos, define a la sociedad catalana como «enferma». Y añade: «La verdad es que no nos costó tomar la decisión. Simplemente, te dejas de preocupar por asuntos que no son normales. El problema no es catalán, es español, el de unos gobernantes en concreto que han dejado que la situación se pudriese».
Por su parte, Ortiz vive ahora en Alemania, cerca de Stuttgart. Ortiz –originario de Albacete– es profesor de instituto en excedencia y tras 13 años viviendo en Cataluña acaba de dejar la región este verano. «Todo el sistema falla. Nunca pensé que las cosas llegarían a donde han llegado. Tras el 155 perdí toda esperanza. Se hizo mal». Ortiz decidió irse con su familia –mujer y dos hijas– a Alemania porque su mujer pudo pedir el traslado profesional al país teutón. «No nos arrepentimos. Por pura salud mental era lo que teníamos que hacer», asegura.
Lengua, niños, profesión y no arrepentimiento
La decisión de abandonar el lugar en el que una familia tiene instalado su cuartel general y centro de operaciones vitales no es fácil. Por norma general, hay tres aspectos que forman parte del lugar común que confiesan los exiliados fueron determinantes: el aspecto lingüístico y la presión que la Generalitat de Cataluña ejerce con la imposición del catalán, la formación de una familia con hijos a los que no se les quiere dejar en herencia un ambiente cuando menos enrarecido y la posibilidad de salir de Cataluña con una mínima estabilidad profesional de, al menos, uno de los dos padres.
En esta línea, todos los consultados por ABC coinciden en señalar que no se arrepienten de la decisión adoptada de dejar Cataluña, pese a admitir que, más allá de los inconvenientes de una mudanza, no es una decisión fácil ni se confirma de un día para otro. Tampoco es fácil de explicar a las familias y las amistades, con las que se ponen kilómetros de por medio.