Emoción

Entre las muchas variables que explican el éxito de la movilización secesionista en Cataluña se encuentra la emoción. En este sentido, el movimiento independentista catalán brinda un buen objeto de estudio para la psicología y los psicólogos. Al respecto, bien puede decirse que el «proceso» es un conjunto de emociones, sentimientos, sensaciones, afecciones, desafecciones y pasiones que alteran el comportamiento del sujeto independentista.

Por decirlo a la manera de los clásicos griegos, las emociones perturban la tranquilidad del alma. El alma o ese principio de la vida humana -si quieren, llámenle «espíritu»- que impulsaría y gobernaría el comportamiento y el destino del individuo. Del mismo modo que se habla del «alma del mundo» y del «espíritu de una época», también puede hacerse lo propio con el alma del «proceso». Así las cosas, la emoción ha sido el motor -una suerte de deus ex machina- del «proceso».

La cuestión: ¿por qué el «proceso» es un banco de pruebas para la psicología? Porque corrobora algunas ideas de la psicología introspectiva. En primer lugar, el carácter determinante de la emoción (la Nación o la República o la Libertad o los Presos o lo Amarillo) en la conducta del ser humano. En segundo lugar, la existencia de diversas categorías de emociones, o distintas manifestaciones de las mismas, como, por ejemplo, el placer (el amor a Cataluña y el reconocimiento de la tribu), la excitación (positiva ante Cataluña y negativa ante España) y la tensión (Cataluña seduce y España repele).

De acuerdo con la teoría aplicada de la psicología introspectiva, el «proceso» -el exhibicionismo independentista, si quieren- nos mostraría unas «emociones de vitalidad» y unas «emociones del yo individual» que, en el caso de Cataluña -adoctrinamiento y propaganda sin fin-, se manifiestan de forma colectiva. Emociones que perturban la tranquilidad de alma y la convivencia social y son usadas y manipuladas por el nacionalismo catalán con el objetivo de sacar tajada de las mismas.