La desconexión histórica del secesionismo

El libro «Cataluña en España», de Gabriel Tortella, una vacuna contra los mitos de la Diada

Una imagen de la Diada de 2015, en Barcelona INÉS BAUCELLS

SERGI DORIA

«La historia de Cataluña no puede entenderse sin la de España y viceversa». Gabriel Tortella, doctor en Economía por Wisconsin y su equipo -José Luis García Ruiz, Clara Eugenia Núñez y Gloria Quiroga- abordan en «Cataluña y España» (Gadir) la cuestión nuclear del mito nacionalista: «Cataluña nunca ha sido una nación (como tampoco lo ha sido Castilla, ni ninguna de las regiones que componen España), y no ha empezado a hablarse de la nación catalana en el sentido moderno muy a finales del siglo XIX». En «La nacionalitat catalana» Enric Prat de la Riba calificaba España de «entidad artificial» mientras que Cataluña era una «unidad de cultura o de civilización» , o «comunidad natural, necesaria, anterior y superior a la voluntad de los hombres que no pueden ni deshacerla ni cambiarla». Un precursor de la «unidad de destino en lo universal» de José Antonio. Pratianas o joseantonianas, «estas afirmaciones pertenecen al terreno de misticismo y mixtificación, terreno que quizá esté en el ámbito de la religión, pero que desde luego está fuera de la ciencia».

De aquellos polvos a los lodos de la «desconexión» de la realidad que se regurgita en cada Diada o en la cacareada RUI de la ANC y las CUP. La reescritura catalanista de la Historia relegó la «Marca Hispánica» de la Cataluña carolingia y equiparó las Cortes medievales a la democracias modernas.

Sustentado en los datos y no en las creencias, el equipo de Tortella pone en solfa en argumentario separatista. La guerra de Sucesión -no de Secesión- que tanta tinta subvencionada derramó en 2014, fue «una defensa desesperada de los fueros medievales ». Los defensores de Barcelona -ya lo constató Jaume Vicens Vives-, «lucharon contra la corriente histórica y esto suele pagarse caro».

Según los historiadores nacionalistas de guardia, la prosperidad de Cataluña a partir del denostado Decreto de Nueva Planta era tan solo mérito de los catalanes. Si eso fue así, los autores de «Cataluña en España» se preguntan por qué esperó Cataluña tres largos siglos para desperezarse económicamente: «Resulta muy difícil explicar esta ejecutoria brillante si no es ligándola a las profundas reformas borbónicas y a la liberación de las cadenas feudales ». Los secesionistas «deben explicarnos cómo, sin acceso privilegiado a los mercados peninsular y americano, y sin un sistema fiscal equitativo y llevadero, se hubieran desarrollado la agricultura y la industria catalanas del modo que lo hicieron de 1716 en adelante».

Gracias a ese círculo virtuoso Cataluña devino en el XIX en locomotora y fábrica de España : una industria protegida de la competencia británica por los aranceles: «Los innegables sacrificios que en aras de la industria textil catalana soportaba el resto de la economía española no fueron mencionados en el famosos ‘Memorial de Greuges’ de 1885, ni en las Bases de Manresa de 1892 , ni en los innumerables escritos y testimonios que políticos y empresarios catalanes publicaron a lo largo de todo el siglo».

Pujol, «grave error»

Otro mantra repetido hasta la saciedad es que la guerra del 36 se hizo contra Cataluña: «El régimen franquista oprimió a toda España con admirable imparcialidad, y si en Cataluña se hizo sentir doblemente la opresión porque durante muchos años se postergó al idioma catalán, debemos recordar que igualmente postergados los estuvieron otros idiomas regionales, incluido el gallego, la lengua propia de la patria chica del Caudillo», replican los autores.

Y del pasado al rabioso presente. Presidente de la Generalitat en 1980, «Pujol fue grave error histórico», señala Tortella. Tres décadas de «construcción nacional», generaciones que no han conocido otra cosa que nacionalismo: «Los instrumentos utilizados han sido todos los resortes del Estado al alcance de la Generalitat, pero sobre todo la educación y los medios de comunicación. Se ha difundido entre la población catalana, desde la escuela primaria hasta la prensa y la televisión, una versión deformada y victimista de la historia». Eso explicaría el envite separatista: «Los niños educados con textos y profesores adictos a los dogmas del soberanismo nacionalista son ya adultos enardecidos por los alegatos sobre los supuestos ‘opresión’, ‘expolio’, ‘agravio’, ‘ofensa’...»

Según datos de la Unión Europea, Cataluña es hoy la región peor gobernada de España: «Los nacionalistas han endeudado a Cataluña hasta bordear la bancarrota», señalan los economistas. La deriva independentista se concretaba en el «win-win» de Mas: «Si se les concede lo que piden, ganan; si no, se busca la independencia...» En una Cataluña independiente, «la élite del poder tendría una inmunidad total, mayor que la que, de hecho, tiene ahora para cometer las tropelías a las que nos tiene acostumbrados» advierten. La derrota en las «plebiscitarias» del 27-S dio paso a lo que Tortella identifica como un «golpe de mano» de unos aspirantes a señores feudales: «Una maniobra desesperada , in extremis, que no puede terminar bien, como no terminaron bien las anteriores intentonas independentistas, empezando por la guerra dels segadors». En esa pantalla estamos.

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