Antonio Robles

Chulería alfa y chantaje emocional

No sé qué es más indignante, si ser un deslenguado de campanario o un cínico a secas. Ayer murió Xavier Arzallus, el deslenguado racista que por la amnistía que otorga la muerte le tratan ahora de gigante de la Transición. Así decía: «La España eterna se ha alzado a linchar al vasco que ha osado proclamar la singularidad de su pueblo con referencias genéticas. Pues las hay. Y muchas. ¿O usted no ve diferencias entre un sueco y un zulú? Y esto que digo no es más que una vulgaridad. ¿O me va usted a decir que un gallego tiene genéticamente la misma estructura que un andaluz?».

Dos días antes, Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, era interrogado por rebelión en el Supremo. Si alguien exterior a la realidad de estos 38 años de nacional/catalanismo, hubiera visto cómo contestó y qué contestó, exclamaría indignado contra el Estado opresor español por tratar a un defensor de la objeción de consciencia, la democracia y la no violencia como un preso político. Así decía: «La democracia está por encima del Estado de Derecho». Y, para dar mayor credibilidad al sofisma, añadió que el franquismo también era un Estado de Derecho.

Los dos cometen el mismo error constatable más allá de su supremacismo encubierto: poco después de las declaraciones de Arzallus sobre la genética de suecos, vascos y zulúes un estudio genético afirmaba que los vascos tienen más cercanía genética con los negros zulúes que con los rubios suecos. En el caso del catalanista Jordi Cuixart el error es de ignorancia política. No hay democracia sin derecho, no hay democracia sin estar regulada por ley. El Estado de Derecho es por tanto quien garantiza la democracia. Y la objeción de conciencia es legítima para oponerse a un abuso, no para cometer un delito. Que son cosas muy distintas.

Arzallus define la diferencia: «Los vascos somos más directos que los catalanes. Uno no se imagina a un catalán con un arma en la mano. A un vasco, sí. Es cuestión de carácter». Pues sí: «La independencia no se consigue sin que unos arreen y otros discutan, unos sacudan el árbol y otros recojan las nueces». Jordi Cuixart, sin embargo, la mete de soslayo: «La desobediencia civil nunca es un ataque al ordenamiento jurídico». Chulería alfa y chantaje emocional. Los dos supremacistas.

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