Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO
Azaña contra el separatismo
La tenaza del populismo ignaro de Colau y el separatismo supremacista de Torra asfixia Barcelona. En 2018 era la onceava ciudad más atractiva para la inversión inmobiliaria... Un año después cae a la posición veintisiete.
El daño del procés a la economía, con la fuga de empresas, arrecia: previsiones inversoras congeladas, alquileres no renovados, plantillas no ampliadas o reducidas… Según el Anuario Mercantil, el traslado de sedes prosiguió en 2018: 2.359 compañías catalanas, de las cuales 1.288 a Madrid. Tan preocupante magnitud supone la tercera parte del total de España, estimado en 6.139.
La Cataluña emprendedora resiste a pesar de unos gobernantes más ocupados en la agitación y las huelgas institucionales que en el bienestar general. El dúo Colau-Torra esquivando al Rey en el Mobile World Congress, revela su ínfima talla política; además de pésima educación protocolaria, exhiben de forma obscena que trabajan solo para sus votantes.
Ejemplo ilustrativo de la frivolidad del independentismo y su cómplice municipal es aquella afirmación de Eduard Pujol ante las protestas de los sanitarios: «A veces nos distraemos con cuestiones que no son las esenciales. Que si 85 días de lista de espera, que si tendrían que ser 82... Nos estamos peleando por las migajas». Al político que aseguró que le perseguía un hombre con patinete, le extraña que la gente proteste por el deterioro de una Sanidad recortada por su colega, el astuto Mas. La salud pasa a un segundo plano cuando estamos a tocar de esa república catalana que ha de curar todos los males... menos la idiotez.
Hablando de República. En la primera jornada del proceso al procés , Pujol -el del patinete, no Jordi- abominaba de la Justicia española junto a Pere Aragonés y Roger Torrent. Cerca de ellos ondeaba la bandera tricolor de aquella II República que el separatismo dinamitó en 1934 y siguió minando, con tenacidad de termita, durante la Guerra Civil.
Constatamos la oceánica mediocridad de los políticos presos: Romeva, Bassa, Rull, Turull, Cuixart, Forn, Forcadell; dicen al juez que el golpe de 6 y 7 de setiembre era simbología política, que el asedio a la Consejería de Economía una romería musical, o que las urnas del 1-O aterrizaron desde no se sabe dónde… Cuando el beato Junqueras afirma que Esquerra Republicana no conoció un solo caso de corrupción en 88 años pensamos en que tales embelecos solo pueden cuajar en las mentes de quienes comparten su misticismo o en los jóvenes que solo conocieron inmersión lingüística y adoctrinamiento histórico.
Además del fascismo, del anarquismo, del PSOE bolchevique, del sectarismo anticlerical, del sabotaje de los poderosos a las reformas, de la conspiración militar, del PCE estalinista y, sobre todo, como advertía Gaziel, de la ausencia de republicanos liberales, la puntilla al régimen del 14 de abril se la propinó el nacionalismo catalán.
El Azaña que rebatió la conllevancia orteguiana conoció de cerca la deslealtad de esa Esquerra que debía ser su aliada catalana. Defensor del Estatuto de 1932, el que afirmó que la República y las libertades catalanas estaban indisolublemente unidas cambió radicalmente de opinión cuando Lluís Companys proclamó el Estado Catalán el 6 de octubre de 1934.
Con verbo de «iluminado», según expresión de Azaña, el presidente de la Generalitat situaba el nacionalismo por encima de todo. Al negarse a secundar el golpe, el líder de Izquierda Republicana acabó abandonado en el hotel Colón. Así lo cuenta Josep Contreras en Azaña y Cataluña (Edhasa): «Salió del hotel y esperó en la calle un coche que debía pasar a recogerlo pero que nunca llegó… Tras aquellos minutos de vacilación en las calles de Barcelona, decidió refugiarse en la casa de Carles Gubern, hermano del magistrado Rafael Gubern».
Despreciado por los separatistas y acusado de cómplice de la rebelión por el Gobierno, Azaña fue detenido el 9 de octubre. La victoria del Frente Popular no disminuyó los resquemores del presidente de la República hacia una Esquerra que pretendía volver a la insurrección para recuperar el poder autonómico. Tras apaciguar esos ímpetus golpistas, Azaña concluyó que «estos catalanes parecen chiquillos».
La decepción del que fue «amigo de Cataluña» se consolidó a partir del 37. Azaña asocia Cataluña a la misma «histeria revolucionaria», «insolencia de separatistas» y «palabrería de fracasados» que hogaño padecemos. Anota en sus diarios que «lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos». Camino del exilio escribe a Luis Fernández Clérigo que la guerra se ha perdido por «las atrocidades cometidas, la revolución sindical, las felonías de los separatistas catalanes y vascos, que se aprovecharon de la guerra para ser ingratos con la República y desleales a España».
Releamos a Azaña cuando Pedro Sánchez vuelva a tontear con Esquerra, o cuando Esquerra se cobije bajo una tricolor. El separatismo que quiebra la convivencia no es un problema de Monarquía o República, sino la abyecta faceta de un populismo callejero y antieuropeo.