spectator in barcino
Aragonès y Colau: la «ciudad muerta»
Las calles valladas remitían al silencio del camposanto; cuando no son los CDR es el «urbanismo táctico»
El pasado domingo salí del Lliure de Gracia hacia las ocho. Las calles valladas remitían al silencio del camposanto; cuando no son los CDR es el «urbanismo táctico» de Colau , pensé.
Bajando por Mayor de Gracia los transeúntes que antes departían en los bancos emprendían la retirada. Farolas a media luz contra la «contaminación lumínica» acentuaban el desasosegante panorama. Acontecía la hora dominical más deprimente; cuando la mente entra en modo lunes: madrugar para ir al trabajo, acompañar a los hijos al colegio… Siempre es triste esa hora, pero en este octubre de la pandemia lo triste se funde con lo siniestro .
El distanciamiento social, la clausura arbitraria por la Generalitat de bares y restaurantes –dando paso a contagios en espacios clandestinos sin protocolos–, la erosión de la vialidad por el consistorio… Un tridente que aborta cualquier tímido optimismo. Se aproxima el toque de queda, pero el mal ya está hecho.
En «El día después de las grandes epidemias» (Taurus/Rosa dels Vents), Enrique Ruiz-Domènec realiza un recorrido pandémico que va de la peste bubónica al coronavirus. Analizar las reacciones sociopolíticas en las diversas edades de la Historia lleva a concluir que lo «realmente importante comienza el día después» . El reto, añade el autor, es «el modo de cambiar la sociedad sin necesidad de demolerla».
A la luz de esta afirmación, nos tememos que las decisiones de las administraciones central y autonómica -las más mediocres de nuestra crónica democrática- conducen más a la demolición que a la evolución creadora.
Ante el vaticinio de algunos presuntos «expertos» –las televisiones rezuman «expertos»– sobre las transformaciones radicales que ya nos sitúan en el futuro y hacen tabla rasa del pasado, el historiador que conoce la Historia –el pleonasmo es aquí pertinente– muestra escepticismo: «Una idea ingeniosa, pero quizá un tanto precipitada», apunta Ruiz-Domènec.
Lo que tenemos a finales de octubre, en vísperas de la horterada calabacera y el ninguneo de –nuestra– tradición de Todos los Santos, es un cóctel de pánico al contagio y ruina galopante . En Barcelona, con la adición de un populismo que aprovecha la excepcional situación para imponer su guion unilateral sobre los diversos intereses de toda la ciudadanía: el «susto o muerte» de Halloween, lema para tiempos de miseria económica y moral: «Nunca antes se habían tomado decisiones que afectaran a todo el mundo con la sonrisa de satisfacción de l as autoridades sanitarias, que han dicho pocas verdades y las que han dicho han parecido sospechosas . Por no saber, ni siquiera conocemos las cifras exactas de los fallecidos, ni contamos con una sociografía detallada por edad, sexo, profesión o nivel de ingresos», objeta Ruiz-Domènec.
El historiador escribía a finales de junio: cinco meses después no solo seguimos igual, sino que vamos a peor . Cuando dio su texto a la imprenta, Torra –entonces 153.000 euros anuales, ahora 122.000 euros jubilares– celebraba que la Generalitat recuperara las competencias para gestionar la pandemia. Si ahora todo el mundo admite que la desescalada española fue la más precipitada de Europa, la de Cataluña fue la más absurda de España: aquí se pasó de fase 2 a la «Nueva Normalidad» saltándonos la Fase 3 que decayó en veinticuatro horas. Tan demagógica decisión, más política que sanitaria, ilustra el repudio al Estado de Alarma que el independentismo motejó como un «155 sanitario».
Ahora sí, vicepresidente. Ahora sí, alcaldesa. Si ustedes dejaran de cobrar, como le sucede a la economía productiva, meditarían con más tino las cuarentenas.
Ahora Barcelona está a punto, si la sensatez de los matices no lo impide, de convertirse en «ciudad muerta », título de aquel tramposo documental premiado con el Ciutat de Barcelona que denigraba a la Guardia Urbana y ensalzaba a Rodrigo Lanza, culpable de la tetraplejia del agente Juan José Salas y asesino de Víctor Laínez por unos tirantes con la bandera española. A diferencia de otros casos conocidos, Esquerra y Comunes frenaron la retirada del galardón y su importe económico al documental falsario. Que los activistas –Colau, Asens, Pisarello– coqueteen con los antisistema va de suyo. Pero Esquerra… ¿no aspira a partido de gobierno y alcaldía?
Si no está muerta, Barcelona emite la ronquera del agonizante. La alcaldesa que amaga con un tercer mandato lleva mil seiscientos días, según el contador del Café de la Ópera, sin emprender la reforma de una Rambla que hoy, además de triste, es peligrosa. Luis Benvenuty lo denunciaba en «La Vanguardia»: en ausencia de turistas, «los delincuentes buscan víctimas hasta en los sin techo» .
Aunque en los próximos meses surja un tratamiento o vacuna será muy difícil liberar a Barcelona de su postración.
Aunque la pandemia vuelva a imponer su cruel pedagogía, quienes nunca tuvieron que pagar nóminas siguen con el refrán de «consejos vendo que para mi no tengo».
Urge cambiar de políticos y políticas. Frenar la demolición de la sociedad abierta.