Antonio Robles - TRIBUNA ABIERTA
Los equidistantes cómplices de la negociación política
«No es un problema, son varios delitos. Ni una mención a la inexistencia del derecho de autodeterminación, ni una palabra del respeto debido al Estado de Derecho»
Acaba de salir un manifiesto redactado tras la sentencia del Tribunal Supremo (TS) sobre los políticos nacionalistas catalanes condenados por sedición. Lo firman 238 intelectuales equidistantes, interesados y despistados. De todo hay, pero ninguno neutral. Todos ciegos y sordos ante el fascismo posmoderno que se recrea últimamente en la violencia explícita de los CDR en calles quemadas, carreteras, estaciones de ferrocarril y aeropuertos de Cataluña, jaleados por el presidente de la Generalitat.
La lectura del texto los delata. Empezando por el título: «Petición pública a favor de una negociación política sobre Cataluña». No se podía apoyar más explícitamente el nervio más duro de la propaganda nacionalista destinado a imponer el derecho de autodeterminación por encima del Estado de Derecho.
La mayoría pertenecen al club del diálogo, ese concepto hermoso pervertido por la manipulación del lenguaje, que el nacionalismo ha extendido a todo el nominalismo democrático. Ningún significante coincide con su significado: democracia, derecho a decidir, libertad, revolución de las sonrisas, normalización, voluntad del pueblo, cohesión social, integración, lengua propia y el resto de esa interminable chistera de términos enunciados para legitimar la gran farsa de la república de las mentiras. Entre ellos, negociación, diálogo, judicializar la política y conflicto, términos presentes en su lacerante petición pública.
Una simple ojeada semiótica al texto nos delata tal impostura. Existe un conflicto entre España y Cataluña como si fueran dos sujetos soberanos distintos, agravado por una sentencia judicial contra los líderes nacionalistas y la violencia que tal hecho ha provocado. Es necesario sentarse, negociar y llegar a un acuerdo que satisfaga a las dos partes en conflicto. En ningún momento se alude a la violación del Estado de Derecho por parte de los líderes catalanes sediciosos, ni se respeta la decisión del Poder Judicial al juzgar como sedición tal violación de la ley. Razonan con la lógica nacionalista. Su neutralidad nace muerta.
Si se entra en los detalles semánticos, este hilo conductor se muestra diáfano: la sentencia es «contra los líderes independentistas catalanes». Aquí la preposición «contra» toma el aire de venganza de un Estado opresor que se ha extralimitado en sus funciones. Y la violencia subsiguiente es consecuencia de tal arbitrariedad, no de la estrategia sediciosa programada y agitada por los líderes políticos nacionalistas. «Más de 200 personas -sostienen- han sido detenidas por la policía y casi 600 más han resultado heridas, algunas de las cuales de gravedad». Ni una palabra de los heridos policiales, ni de la violencia extrema de aquellos. Tampoco del rechazo explícito a rechazar la violencia de los que la ejercen y organizan. Para colmo, se lamentan de las alteraciones de la vida civil y sobre todo de la comunidad educativa, cuando son ellos quienes la alteran y los rectores que la toleran y (o) promueven, quienes han pactado un examen final para facilitar a los universitarios sediciosos su asistencia a la agitación callejera en lugar de asistir a clase.
Pasan a continuación a lamentarse de que el Gobierno español no haya atendido la solicitud reiterada del gobierno catalán para negociar la salida del «conflicto». El lenguaje filoetarra y la falta de neutralidad en el tratamiento de los sujetos de tal «negociación» es clamorosa y aberrante desde un punto de vista democrático. Ni respetan la legalidad institucional, ni la separación de poderes. Ni una sola mención al apoyo explícito del gobierno de la Generalitat y otros miembros del gobierno a los violentos. Llaman, asimismo, a «todos los actores implicados en el conflicto, de un lado y de otro» a rebajar la tensión. La parcialidad es abyecta, no hay dos actores del conflicto, sólo uno, el que cierra autopistas, paraliza trenes y aeropuertos, quema calles, agrede a las fuerzas del orden y lo alienta y jalea desde las instituciones nacionalistas. Ellos, y solo ellos son el conflicto. Si mañana quisieran, se acababa. Depende de ellos, no de la Ley que nos ampara a todos y que ellos se saltan.
Y cómo no, piden acabar con «la estrategia de judicializar un conflicto de naturaleza política». Implícitamente, descalifican la sentencia del TS, y a la vez, pretenden suplantar políticamente al Poder Judicial. Algo que pueden sostener los sediciosos, jamás ciudadanos que pretenden representar desde el púlpito de la autoridad moral, al Estado de Derecho. Empecinados en esa falsa equidistancia, piden «encarrilar una salida política al problema». No es un problema, son varios delitos. Ni una mención a la inexistencia del derecho de autodeterminación, ni una palabra del respeto debido al Estado de Derecho, todas para «satisfacer mínimamente los intereses de cada una de las partes». Cómo si las dos partes fueran soberanas, como si hubiera dos intereses en conflicto, cuando lo que hay es una usurpación, de unos españoles sediciosos del derecho a decidir sobre su país, a todos los demás. Pareciera que fuere un armisticio entre dos países en guerra que deberían esforzarse en firmar una paz sin vencedores ni vencidos.
¿Y quienes son estos ciudadanos tan exquisitamente tóxicos en el cumplimiento de la Constitución? Por su parcialidad y complicidad con el secesionismo debieran ser nacionalistas, pero no, son nuestros equidistantes cómplices que ya no engañan a nadie. Es esa factoría de la izquierda reaccionaria dispuesta a justificar una vez más a los nacionalistas. Un clásico. Como Iñaki Gabilondo, enamorado de la seducción y la cesión como medio de contentar a quienes no quieren ser contentados, como Noam Chomski o Manuela Carmena, atrapados en su iglesia laica, nacionalistas interesados como Jordi Amat o Manuel Castells, o viejos equidistantes exquisitos vencidos por las rebajas de todo a cien del procés, como Victòria Camps. Firma hasta un personaje colosal, cuya presencia demuestra por sí misma hasta qué punto las mentiras del procés han calado en tantas almas cándidas de la intelectualidad internacional. Es uno de tantos despistados que desatienden la contrastación de las fuentes por venir embaladas en personajes progres con pasaporte de izquierdas. Su firma es una verdadera bofetada a su obra escrupulosamente empírica. Me refiero a Stevem Pinker, una joya ilustrada en mitad de ese abrevadero de patos donde chapotean todos los cómplices de la farsa, en nombre de la equidistancia. ¡Cuánto se ha devaluado el término de intelectual como referencia moral desde aquel Jo acuso de Émile Zola!
Pero no, sólo es un espejismo, firmó pero sin reparar como debiera en la mascarada. Arcadi Espada, esa arpía de la sospecha, escribió al profesor de Harvard extrañado por semejante sinsentido en un hombre ilustrado y alejado por completo de la carcoma nacionalista. Y como era de esperar, tal como describe en su artículo «Susote y Pinker» ( El Mundo ), éste ordenó que retirasen su nombre de tal libelo una vez advertido de la tramoya que había detrás. Esto demuestra que el empeño de cualquiera de nosotros por defender la verdad, puede mover el mundo. Y que los equidistantes, por regla general, están con los poderosos. Con el permiso de Manuel Chaves Nogales cuya equidistancia es aversión a extremos igualmente indeseables. De estas pequeñas batallas se ganan las guerras de la dignidad. En este caso, la guerra contra la información defectuosa que el nacionalismo ha logrado pandemizar internacionalmente. Aunque sólo por esto ya habrá merecido pasar el mal trago de ver su nombre en el tugurio nacionalista.
Frente a esta «Petición pública a favor de una negociación política sobre Cataluña», el Foro de Profesores ha respondido con otra «Petición Pública para que nuestros representantes políticos dialoguen dentro de las instituciones democráticas». En inglés, español y francés. El texto pone por encima de todo la defensa del Estado de Derecho, el respeto a las normas democráticas, la separación de poderes y el estricto cumplimiento de la ley. Una contestación adecuada a esa petición de negociación política de los equidistantes, pero cae en un error de forma, impropio de quienes están al tanto de la perversión del lenguaje del mundo nacionalista. En el propio título, «llaman al diálogo» a los representantes políticos. Eso sí, dentro de las instituciones democráticas. Pero es que el uso de ese lenguaje devaluado nos obliga a jugar en el campo de juego del nacionalismo. Como siempre.
No es ocioso recordar el sumidero moral que ese eufemismo arrastra desde que el terrorismo de ETA exigía diálogo para acabar con «el conflicto político» que, paradójicamente, sus asesinatos creaban. Quizás el momento más obsceno de equidistancia cómplice o estupidez infinita, fuera cuando la periodista Gemma Nierga, encargada de leer un texto al final de la manifestación de rechazo por el asesinato del exministro de Sanidad Ernest Lluch el año 2000 en Barcelona, añadió por su cuenta y fuera del texto acordado, este apoyo a la banda: «Estoy convencida de que Ernest, hasta con la persona que lo mató, habría intentado dialogar; ustedes que pueden, dialoguen, por favor». Se lo decía a los responsables políticos. Ha llovido mucho desde entonces, pero el anzuelo aún tiene atrapados a demasiados equidistantes, cuyo buenismo acaba por hacerlos cómplices de la estrategia chantajista de los nacionalistas. Quieran o no.
En este sentido, sobra el latiguillo del diálogo. En política, se supone, el diálogo es una condición a priori, no un requisito para meter de contrabando la exigencia de mayores cesiones o beneficios antidemocráticos por parte del chantaje etarra o la violencia secesionista. Sea esta institucional o física. Y vuelven a caer en el error al incluirlo en el punto primero, como si por el hecho de reivindicarlo dentro de las instituciones democráticas de Cataluña pudiera sustituir el cumplimiento de la ley. ¿Qué diálogo es ese dentro de un Parlamento que cuestiona el Estado de Derecho, o directamente lo sabotea? A pesar de estas sutilezas, he plasmado mi firma en él, porque al fin y al cabo, el constitucionalismo está por encima de las trampas semánticas con que a diario infectan los nacionalistas la convivencia.