Mayte Martín y «las mujeres del vino», la mejor cosecha

Monvinic acoge una emocionante velada con la cantaora flamenca y ocho mujeres elaboradoras de vino

Mayte Martín, tumbada, junto a las ocho elaboradoras de vino MONVINIC

Ana Luisa Islas

En 2014, la Monvínic Experience, que organizan el templo al vino de esta ciudad, Monvínic, y el Festival Internacional de Jazz de Barcelona, homenajeó a Josep «Pitu» Roca, a través de las canciones al piano de Chucho Valdés. La apoteósica noche cerró cuando los sumilleres de la casa entregaron a todos los visitantes una diminuta anforita con unas gotas de un vino que se realizó el mismo año que Napoleón, su ejército, y el de sus aliados españoles, perdieron la batalla naval de Trafalgar, 1805. Una de las joyas del Celler de Can Roca había sido descorchada para la ocasión y se había repartido para que todos se llevaran un pedacito a casa. Las palabras del «poeta del vino» y sus detalles parecían imposibles de superar .

Esta semana, Monvínic superó aquella mítica velada de 2014 y lo hizo gracias a las palabras y al trabajo de ocho mujeres del vino catalán, así como a la voz de la cantaora barcelonesa Mayte Martín. Napoleón volvió a perder, esta vez, le ganaron las mujeres a través de su sensibilidad, que todo lo impregnó esa noche: sus palabras, sus vinos y la música.

La Rondeña de Ramón Montoya, «el primer solo de guitarra flamenca», rompió el silencio. Alejandro Hurtado, con virtuosismo, pero con discreción, ofrecía un preludio de lo que vendría. Porque el lirismo en la guitarra flamenca tiene mucho de mujer: llora, grita, canta, baila y después recala en paz, tras haber sacado todo lo que traía dentro. Tras esa introducción insuperable, Pilar Sanmartí , del Celler Bárbara Forés, subió a presentar El Quintà 2016, un garnacha blanca, con DO de la Terra Alta, con más terciopelo que la voz de Martín. Pilar no habló de vinos, o sí. Hablo del mundo, de la tierra, de lo que fue y de lo que es.

«La sabiduría de las mujeres negada de generación en generación por los intereses del poder», leía. «Que el cristal sea tan solo el de las copas que sostenemos antes de llegar a los labios», terminó, haciendo referencia al techo de cristal que impide que las mujeres triunfen, no solo en el mundo vitivinícola. La de Pilar fue una declaración de intenciones de lo que sería la noche: un espacio en donde la voz de las mujeres se escucharía. Y así empezó Mayte, por granainas, porque lo que le provocó La Quintà es «poesía, carácter y sensibilidad».

Tocó el turno a Marta Rovira, de Mas d’en Gil, en el Priorat. Para presentar Coma Blanca, un garnacha blanca con macabeo del 2014, Rovira habló de su progenitora. «Es el vino preferido de nuestra madre, y digo nuestra, porque ella tuvo cuatro cosechas, es decir, cuatro hijas». Por ello, Martín cantó una seguirilla, «en la que se menciona a la madre y que provoca una conexión total con los ancestros, como el Coma Blanca». Subió entonces Sara Pérez, de la bodega Venus – La Universal, en el Montsant, a presentar el Venus Blanc 2014, un cartoixa, y al describirlo, su voz se quebró. « Cada añada ofrece su mirada , su expresión, sus miedos – que son los nuestros–, y nos reflejamos en ella; y es aquí donde nuestros ojos se encuentran… nunca sabemos si se trata de ella o de nosotros» imposible no emocionarse. En una noche como ésta, llorar, hablar de sentimientos y sentir, está bien visto. Mayte se fue por tientos rematados por tangos, «porque como el Venus, tiene una naturaleza sinuosa».

Entonces Anna Espelt del Celler Espelt, en el Empordà, leyó un texto inspirado en Comabrunana, un cariñena del 2015. «Nos damos cuenta de que esta añada es tan solo una ínfima huella de lo que esta viña ha vivido, y nos sentimos afortunadas del regalo y sentimos vértigo al querer rendirle homenaje», la mirada femenina permite hablar de miedos. Martín le siguió con un cante por soleá porque «las mujeres crearon casi todos los soleá que se conocen». Carme Casacuberta de Viñas d’Olivardots, también ampurdanesa, subió a hablar de Vd’0 1, un cariñena del 2012. «Fue entonces cuando supe que quería expresar todo lo que sentía, a través del vino que saldría de sus uvas», y lo consiguió. Mayte siguió con otra soleá, pero «más rústica, más áspera», como el vino de Casacuberta. Tiemble Napoleón al escuchar y probar los sentimientos de una mujer.

Pasó pues Irene Alemany, de Alemany i Corrió, en el Penedès, para hablar de Sot Lefriec, un merlot con cariñena y cabernet suaviñón del 2014. «Tuve un cáncer; entonces, te paras y te lo planteas todo, absolutamente todo», compartió. No se puede hablar de vino si no se habla también de la filoxera. La cantaora barcelonesa eligió entonces una petenera mestiza, francesa y mexicana, «para mostrar respeto por el legado, que no castra nuestra creatividad ».

Subió ahora Anne Cannan, de la bodega del Priorat Clos Figueres, para presentar el vino del mismo nombre, una garnacha con cariñena del 2014. «Fue también el año en que nació mi primer hijo y, al principio de la vendimia, pensé que le había tocado la misma maldición que a mí: nacer en un año de vinos que no envejecen muchos años; pero finalmente, con mucho cariño y pasión, conseguimos una añada delicada y sutil», compartió. Las bendiciones y las maldiciones, presentes en la agricultura, pero también en la naturaleza humana. Bendijo entonces Martín al presente con una serie de fandangos populares porque «todas las cicatrices forman parte de la vida, del vino y de las canciones».

Por último, Isabel Fortuny, de la bodega Ferrer Bobet, también en el Priorat, presentó Vinyes Velles, un cariñena con garnacha del 2015. «No solo hablamos de vino en nuestras sesiones de cata, sino que también hablamos de astrofísica, historia, cine, filosofía, ética, música, libros…», confesó la enóloga. El vino visto en femenino no se deja nada en el tintero. Martín hizo lo propio con un cante por cantiñas, «por ese perfecto equilibro». Cuánto habría aprendido Napoleón de haberse pasado por ahí esa noche.

¿Dónde estaban metidas todas las mujeres que ahora salen de debajo de las piedras?, se preguntan muchos atónitos. Dando a luz, cocinando, ordeñando, pastoreando, escribiendo, cuidando, amamantando, trabajando sin paga, haciendo cuentas para llegar a fin de mes, cantando nanas, contando cuentos, creando vinos y vidas, remendando pantalones y almas. Podemos recordar el pasado, pero no anclarnos ni vivir en él. No importa ya dónde estaban. Están aquí. Estamos aquí. Y poder celebrarnos, escucharnos y probarnos, es reconfortante para el alma, después de tantas batallas, tanta violencia y tanto silencio. La última edición de la Monvínic Experience es tan solo una pequeña prueba de ello.  

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