El hilo que nos cose

«Todos los niños de Barcelona tendrían que pasar en algún momento por Via Veneto, como una asignatura troncal, moral, indispensable»

Pedro Monje, en el Via Veneo, hablando a los niños ABC
Salvador Sostres

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A yer miércoles como si fuera un viernes. Llevo a mi hija y a los hijos de mis amigos Cristina y Ramon Riera a comer a Via Veneto. Les gusta mucho el tartar y nunca han probado el de La Casa. ¿Cómo puede ser? Aviso el día antes a Pedro Monje de que iré y nos recibe en el Salón Dorado con unos biquinis de pato y queso pecorino, unas croquetas y un salmón a la cuchara que los niños devoran como si fueran golosinas. Vuela el jamón. Las croquetas es traerlas y que desaparezcan. Euforia infantil alrededor de una mesa. Su júbilo, su ansia. Mi ternura, mi esperanza. Así se empieza a forjar un mundo mejor. Con niños que sepan comportarse alrededor de una mesa, ellos serán los futuros bastiones de La Civilización. Piden educadamente al camarero Costa lo que quieren para beber. Y el gran momento llega.

Irrumpe el señor Monje en la sala, los niños se callan porque su presencia impone, y a todos les saluda dándoles la mano y llamándoles por su nombre. Hasta ahora sabíamos que uno de los grandes talentos del señor Monje era recordar el nombre de cada cliente aunque llevara 20 años sin acudir al restaurante. Desde ayer queda establecido que sabe también su nombre 20 años antes de que se conviertan en sus clientes. Con todo el interés, y todo el esmero, y todo el amor, el señor Monje les cuenta paso por paso cómo se prepara el tartar mientras magistralmente va preparando para cada uno el suyo. Luego les enseña a servirlo en el plato, con las patatas soufflé al lado. Les ve felices comer y discretamente desaparece.

Así se propaga lo fundamental de lo que somos. El gusto por vivir, la delicadeza de las cosas, la pasión por hacerlo bien, saber por qué merece la pena estudiar, trabajar, ser el mejor, ganar dinero. Hay un propósito y hay que mostrárselo a los críos, de bien pequeños, para que lo entiendan, para que sepan qué están haciendo, y por qué. Todos los niños tendrían que pasar por Via Veneto y saber que el señor Monje fue el segundo hijo de una familia del Pirineo, que al no tener recursos para mantenerlo, le mandaron a los 13 años a Barcelona, a una pensión de la plaza Real, regentada por unos familiares. El gran regalo fue que durante una semana le dejaron estar sin pagar -sólo una semana- mientras buscaba trabajo. Y que tras trabajar de camarero en varios bares y restaurantes, llegó a Via Veneto donde empezó siendo el último mono y fue prosperando hasta convertirse en el director y poco a poco fue comprando las acciones de La Casa a los distintos accionistas, hasta que las tuvo todas, y ha dedicado su vida a convertirla en un templo y a mantenerlo en su mejor esplendor a lo largo de décadas.

Es esto y no el revanchismo lo que tendría que enseñarse en los colegios. Esfuerzo y no propaganda. Deberes y no derechos. ¿Qué coño son los derechos? ¿Y quién los paga? Es este amor por tu destino, por lo que haces, por lo que dejas de mejor en el mundo, lo que nos convierte en hombres libres y así honramos la semejanza de Dios a la que estamos hechos. Todos los niños de Barcelona tendrían que pasar en algún momento por Via Veneto, como una asignatura troncal, moral, indispensable, para entender que el lujo no es una ofensa sino un propósito y que lo más ofensivo es malgastar los dones y vivir de espaldas al reto que a cada cual Dios le propone.

Pletórico señor Monje, los niños entusiasmados. Al llegar mis amigos -sus padres- a recogerlos, tantas historias por explicar, tantas sensaciones ya de adulto, tantas ganas de hacer algún trabajo familiar para ahorrar dinero y poder volver pronto a La Casa, pagando ellos.

Mi hija me pregunta, ya en la calle, si yo también fui tan feliz cuando descubrí Via Veneto. Yo fui uno que también creció, le respondo, sin poder dejar de asombrarme en presencia del señor Monje. Exactamente igual que tú, Maria. Su historia con Via Veneto es la historia de la mejor Barcelona, de la mejor Cataluña, de la mejor España. Si alguien pudiera escribir lo que yo escribo de él algún día de ti, yo sería desde el Cielo el padre más orgulloso, tal como los suyos lo están, desde donde reposan eternamente.

Éste es el hilo que nos cose y nos da sentido, a ti y a mi, y a los países que merecen su libertad y su destino.

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