Itiel Arroyo: «La palabra 'amor' ha sido tan manoseada que ha perdido todo el poder de su esencia»

El influencer cristiano publica su primer libro «Amar es para valientes», en el que habla de sexo, relaciones paterno-filiales, redes sociales y, sobre todo, amor

ABC

Judit Deig

Por formación, debería pasar el día programando, desgranando los entresijos de algún lenguaje informático o navegando por las entrañas de la Deep Web. Sin embargo, lleva media vida intentando conocer el corazón de la juventud y explorando las profundidades del alma, al parecer, inexorable, en cualquier caso, según comenta, sedienta de amor verdadero . Itiel Arroyo (Bilbao, 1985) es ingeniero informático, aunque centra todos sus esfuerzos en predicar el Evangelio, en especial, a los jóvenes; en una época en la que bien podría ser considerado un influencer por sus más de 130.000 seguidores en Instagram y hasta 260.000 suscriptores en YouTube, redes sociales en las que todos sus mensajes se reducen a la misma esencia: Jesús. Ahora, publica su primer libro Amar es para valientes en el que hay lugar para el sexo, las relaciones paterno-filiales, las redes sociales y, sobre todo, el amor.

¿Qué es el amor?

Amar es buscar el bienestar máximo de la otra persona por encima del propio bienestar. Un buen sinónimo del amor es el sacrificio; algo que nuestra sociedad actual aún no ha descubierto.

¿Qué entiende, entonces, por amor nuestra cultura?

Estamos viviendo una crisis del concepto. La palabra amor ha perdido su significado. A veces, nos referimos a ella para hablar de sentimientos, en otras ocasiones, se convierte en ideología o incluso en la pasión que alguien siente por una afición. Este vocablo ha sido tan manoseado y mal utilizado que ha perdido todo el poder de su esencia y el único que puede definirlo realmente es aquel que lo creó y llegó a encarnarlo.

En el ámbito de las relaciones interpersonales, amor y sexo ¿van unidos?

El amor enlaza con otras virtudes como el perdón, la fidelidad o el honor. El sexo está al servicio del amor y puede convertirse en su expresión, pero si se desliga del mismo deriva únicamente en deseo e incluso lujuria, una realidad que lejos de construir, destruye la vida de las personas. Porque el alma humana no está buscando ser satisfecha con sexo, sino con amor.

A lo largo del libro, es posible vislumbrar algo de la ética Kantiana entre sus páginas, respecto al uso de las personas como medio y no como fin...

La consecuencia de hacernos servidores del sexo es que este acaba esclavizándonos. Se ha llegado a considerar la pornografía un tipo de educación sexual, sin embargo, esta estriba en una tendencia a usar a las personas, sobre todo a las mujeres, como objetos para la mera obtención de placer, cosificándolas a niveles tan elevados en los que parece que se les roba hasta el alma. De hecho, aunque cueste reconocerlo socialmente, existe un gran porcentaje de mujeres participantes en la industria pornográfica consecuencia de la trata y la explotación, incluso de menores, a nivel mundial.

Afirma usted que “la Iglesia debería ser la promotora del mejor sexo”. Explíquese.

Aunque suene a idea escandalosa para algunas mentes, Dios es el creador del sexo y, por ende, el mayor experto en ese campo. Si bien es cierto que la religión nos ha trasmitido algunas ideas arcaicas y oscuras acerca del sexo, haciéndonos concebir el mismo como un asunto tabú, en realidad, la Biblia refleja que Dios se muestra complacido con el sexo. Dios no prohíbe el placer sexual, sino que lo promociona, pero le fija unos límites saludables. Cualquier placer sin límites acaba destruyendo a la persona. Si no, fíjese en alguien que degenera el placer existente en la comida y en sus graves consecuencias. La religión ha estado vinculada históricamente al NO. Al no consumas pornografía, no adulteres, etc. Pero Dios habla del SÍ, del sí a un sexo de calidad. Por ello, la Iglesia debería fomentar el mejor sexo.

De acuerdo con el Barómetro 2018 de la empresa Control, Los jóvenes españoles y el sexo, cerca del 80% de quienes participaron en el estudio manifiestan que no conocen el estado de salud sexual de las personas con las que mantienen relaciones y el 30% declara utilizar el preservativo únicamente de manera ocasional.

El desfase en los jóvenes, que disponen de esta herramienta y aun así deciden no utilizarla, pone de manifiesto que, en el fondo, esta cultura ha idolatrado al sexo. Consecuencia inevitable de ello son las enfermedades de transmisión sexual o los embarazos no deseados, que nos llevan a otros debates de cariz moral como el aborto, donde la gestación de una vida humana es tenida en cuenta como un simple daño colateral. El preservativo es una herramienta útil para la protección del cuerpo y el control de la natalidad, sin embargo, este no puede proteger el alma. Y le temo más a las heridas en el corazón que a las enfermedades del cuerpo.

En su libro, habla usted también acerca de las redes sociales y puesto que nos manifestamos como seres sociales, ¿qué papel juega nuestra presencia en el mundo virtual a la hora de intentar saciar nuestro deseo vehemente de conectar con la gente?

Las redes sociales son de gran utilidad para nuestra comunicación interpersonal, sobre todo a largas distancias, sin embargo, nunca podrán convertirse en un substituto del cara a cara y del piel con piel. En la actualidad, existe una gran epidemia de soledad, porque, al fin y al cabo, las redes sociales solo transmiten lo más superficial, las apariencias, y acaban publicando un yo impostor, es decir, una persona más guapa, más feliz y con una vida más emocionante que en la realidad. Una conexión profunda requiere que las personas se muestren tal cual son, vulnerables, y solo así se da la intimidad necesaria para conectar con los demás como anhelamos.

¿Qué ocurre en las relaciones paterno-filiales? ¿Se ha perdido tal conexión?

En la actualidad, se está creando una brecha entre el corazón de los padres y el de los hijos. Una realidad dramática, porque una sociedad es tan fuerte como lo sean sus fundamentos familiares. La incomprensión generacional provoca que, aun viviendo en la misma casa, padres e hijos se conviertan en extraños, dando lugar incluso a la violencia.

De acuerdo con la Fiscalía de Menores, en España, se presentan alrededor de 4.000 denuncias al año por parte de los progenitores a los hijos por maltrato.

Necesitamos menos campañas de educación sexual y más campañas por el amor. El analfabetismo existente reside ahí, no sabemos amar. Tenemos que vivir para algo más grande que nosotros mismos: el bienestar de los demás. La violencia brota del individualismo social en el que vivimos. No todos somos padres, pero todos somos hijos y no existe una relación más importante en la vida que la que tenemos con nuestros progenitores. No es casualidad que un elevado porcentaje de las personas que entran en prisión provengan de familias desestructuradas. Nuestra generación se está olvidando de que la familia es el lugar más seguro que existe. Y aunque cabe la posibilidad de que el lector de esta entrevista provenga de una familia disfuncional le invito a que cree por sí mismo una familia con el amor como protagonista.

Hábleme de los ancianos. Se muestra usted convencido de que cuidar de nuestros mayores incomoda…

La grandeza de una sociedad se manifiesta en la manera en la que trata a las personas más vulnerables como los niños, los discapacitados o los ancianos. Aunque nos jactemos constantemente de nuestros avances y logros en el ámbito científico y tecnológico, estamos suspendiendo en el cuidado de nuestros ancianos. Las estadísticas de organizaciones como la Cruz Roja son alarmantes, nos hablan de un incremento exponencial de la soledad en los ancianos. El verdadero amor está dispuesto a incomodarse, y una sociedad que olvida a sus mayores no sabe amar.

Entonces, ¿estamos desaprendiendo a amar?

No nacemos sabiendo amar, de hecho, lo hacemos con una tendencia egoísta. No obstante, las generaciones anteriores estaban más cerca del mensaje cristiano que la nuestra. Con Jesús, nació una nueva sociedad, los derechos humanos empezaron a tomar vigencia, el respeto hacia la mujer aumentó y el cuidado de los más desfavorecidos se convirtió en prioridad.

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