Que vuelva (el otro) Orlinski
Si la talla de un artista se mide por cómo se crece ante las dificultades, Orlinski demostró esta vez que le queda mucho por aprender
Han pasado solamente tres años y medio desde que el contratenor polaco Jakub Józef Orlinski se hiciera viral gracias a un vídeo de France Musique en el que aparecía con aspecto desaliñado, en bermudas, cantando de manera bellísima un aria de Vivaldi, «Vedrò con mio diletto». Desde entonces, su carrera no ha hecho más que dispararse. De ser prácticamente un estudiante ha pasado a ser un fenómeno de masas, firmar un contrato con Warner Music, y codearse con las más reputadas estrellas.
El cantante ha visitado Barcelona en diversas ocasiones, y cuenta en la ciudad con un público tan fiel como entregado, que el lunes llenó nuevamente el Palau de la Música, dispuesto a aplaudir como si no hubiera un mañana. En esto, Orlinski venció. Pero esta vez no convenció.
Anteriormente se nos había presentado presentó con un recital de Lied al lado de su pianista habitual, Michal Biel, en el que combinaba Händel y Purcell con Hahn y compositores polacos. Más tarde, con «Il pomo d'oro», ofreció el repertorio de su último disco, en el que grandes autores del Barroco dialogaban con músicos rescatados del olvido gracias a una investigación musicológica.
En cambio, el concierto del lunes se limitó a alternar arias más o menos trilladas de Händel y Vivaldi con fragmentos de obras instrumentales de los mismos compositores, resultando un programa carente de interés más allá del lucimiento personal.
Lo peor, con todo, fue el acompañamiento del grupo «Il Giardino d'Amore». Su director, Stefan Plewniak, es un solvente violinista con innegable presencia escénica, pero no logra sacar de su formación un sonido compacto y convincente. En varias ocasiones, ni siquiera afinado. Seguro que la falta de ensayos a causa de la pandemia afectó al resultado final, pero hay cuestiones básicas que no pueden dejarse pasar, máxime cuando grupos como Forma Antiqva o Vespres d'Arnadí están trabajando duro por mantener el nivel en las mismas condiciones.
Si la talla de un artista se mide por cómo se crece ante las dificultades, Orlinski demostró esta vez que le queda mucho por aprender. Es muy joven, pero tiene que decidir ya si busca el aplauso a largo plazo, con la línea desenfadada pero en el fondo rigurosa que había mantenido hasta ahora, o si opta por el aplauso fácil, a base de fuegos artificiales como los que vimos el lunes en el Palau de la Música. Y eso no depende de cuánto tiempo tenga para ensayar.