Tesla: rayos, centellas y una vida de leyenda en Cosmocaixa
El centro barcelonés celebra la vida y obra del genial inventor serbio con una gran exposición monográfica
Rayos y centellas, sí, pero también gigantescas bobinas de alto voltaje, radiocontrol remoto, transmisión inalámbrica y osciladores capaces de provocar terremotos o, según el caso, aflojarle las tripas al mismísimo Mark Twain. El motor de inducción y la corriente alterna. Edison como archienemigo y la torre Wanderclyffe como ruinoso monumento para la posteridad. ¿El rayo de la muerte? Vale, no todo pudo ser, pero, ¿quién necesita una mortífera y aparatosa arma de destrucción masiva, un trasto que haría enloquecer a los ilusionistas de la ciencia ficción, cuando su nombre ha servido para dar forma al imperio del multimillonario Elon Musk y, tanto monta, se ha incrustado en la cultura popular en forma de películas, canciones, coquetos libros como el de Jean Echenoz o, mejor aún, en forma de David Bowie con bigote y pajarita?
«Tesla inventó el siglo XXI», proclama solemne la directora general adjunta de la Fundación La Caixa, Elisa Durán, para presentar la ambiciosa y electrizante exposición que Cosmocaixa dedica hasta febrero de 2022 al «visionario, polifacético y extravagante» Nikola Tesla, «fundador de la tecnología moderna» y responsable directo de algo tan elemental como que al pulsar un interruptor se haga la luz. Un genio adelantado a su época, un inventor visionario y olvidado durante años al que el tiempo y la pura lógica han devuelto a lo más alto del podio de la ciencia contemporánea. «Es un científico sin el que no se pueden entender muchos de los avances y comodidades que tenemos. Sus ideas han tenido un enorme impacto en la actualidad», insiste Durán.
Es por eso que el infatigable y algo gafe inventor de origen serbio es el protagonista de la tercera exposición monográfica que Cosmocaixa dedica a un científico. Los otros dos, Einstein y Darwin, ayudan a recalibrar la importancia de un personaje que nació en 1856 entre las tinieblas del siglo XIX pero trayendo consigo la luz que acabaría iluminando el siglo XX. «Este niño será hijo de la luz», se cuenta que dijo su madre al poco de asomar Nikola la cabeza. Y lo fue. Vaya si lo fue. «Era un visionario que quería cambiar el mundo», subraya la directora del Nikola Tesla Museum de Belgrado, Radmila Adzic.
Salir de la oscuridad
La exposición, coproducida en colaboración con el museo serbio, traza ese camino de la oscuridad a la luz y del imperio austrohúngaro a los rascacielos de Nueva York a partir de apuntes biográficos y, sobre todo, de aparatos e ingenios electromecánicos ideados por Tesla. Máquinas aparatosas y enigmáticas que zumban, disparan rayos, encienden bombillas y fluorescentes a distancia, generan temblores y, en fin, llevan al límite las leyes de la física.
Ahí están, por ejemplo, el motor de inducción magnética, el primer mando a distancia, un barco teledirigido, una réplica de la ambiciosa y ruinosa torre Wanderclyffe con la que aspiraba a utilizar la tierra como conductora de electricidad… En la actualidad, recuerda Durán, el número de patentes registradas por Tesla y documentadas asciende a 280, aunque se sospecha que la cifra real podría ser de más de 700. Y, entre todas ellas, ninguna más espectacular que la bobina Tesla, un transformador de dos millones de voltios que en Cosmocaixa dispara rayos arborescentes y emite música como recién salida de 'Encuentros en la tercera fase'.
En paralelo y de la mano de objetos personales, réplicas de despachos e incluso su máscara mortuoria, la exposición reconstruye los pasos de Tesla desde su infancia en Smiljan, donde, cuenta la leyenda, descubrió la electricidad al ver cómo se le erizaba el vello a un gato, hasta sus últimos días en Nueva York, donde falleció solo y sobriamente arruinado en la habitación 3327 del New Yorker Hotel. «Fue un personaje inocente repleto de manías que persiguió el éxito con sus inventos y se convirtió en una víctima de la sociedad financiera, que acabó robándole sus ideas», resumía hace unos años el escritor Jean Echenoz, autor de la deliciosa novela biográfica 'Relámpagos'.
En Cosmocaixa, todo esto queda perfectamente explicado a través de sus encontronazos con Marconi, quien 'aprovechó' un sistema de transmisión sin hilos inventado por Tesla en 1895 para patentar el ingenio y proclamarse inventor de la radio (en 1943, la Corte Suprema de Estados Unidos declaró a Tesla como el auténtico inventor de la radio y le devolvió la patente), o de la célebre 'guerra de las corrientes' que le enfrentó a Thomas Alva Edison, para quien había trabajado en Francia en la Continental Edison Company y en Nueva York en la Edison Machine Works.
Juntos habían diseñado la mejora de la red de alumbrado de la ciudad estadounidense, pero una disputa económica les enfrentó y desembocó en una guerra de relaciones públicas, juego sucio y competencia feroz: Tesla defendía ciegamente la superioridad de la corriente alterna, mientras que Edison hacía lo propio con la corriente continua. Al final, el tiempo acabaría dándole la razón a Tesla, por más que fue Edison quien se llevó la fama gracias a logros como la bombilla incandescente o el fonógrafo.
La gran paradoja es que el único gran premio que recibió Tesla en vida fue nada menos que la Medalla Edison en 1916. «Cuando lleguen hoy a casa y enciendan la luz, recuerden que es gracias a Tesla», destaca Durán. Lo de la factura por las nubes y la electricidad a precio de sangre de unicornio, sin embargo, no encajaría del todo con la manera de pensar de Tesla. «Concibió la electricidad como un bien común; todo su trabajo va en esa dirección. Por desgracia, el capitalismo no siempre ha estado a favor de esta idea», lamenta Adzic.