Sónar
¿Sueñan los pianos con algoritmos y melodías robóticas?
El insólito mano a mano entre Marco Mezquida y una Inteligencia Artificial abrió el Sónar
Quizá no fuese esto lo que tenían Kraftwerk en mente cuando esbozaron su 'Man Machine', pero la velocidad salvaje de las cosas y los cada vez más fabulosos avances en asuntos tecnológicos han acabado propiciando encuentros tan insólitos como el que inauguró el miércoles en el Auditori de Barcelona el AI and Music S+T+ARTS, rama experimental de ya de por sí aventurero Sónar.
En un rincón del escenario, el pianista Marco Mezquida, improvisador versátil y de gran expresividad. En el otro, un pequeño maletín elevado sobre un pedestal y con un puñado de colores y diagramas en su interior.
Ahora sí, el hombre contra la máquina. Sólo que la máquina es en realidad otra cosa: una inteligencia artificial ideada por científicos de la Universidad Politécnica de Cataluña para responder en tiempo real a las idas y venidas de Mezquida por el teclado. Así que acariciaba el menorquín las blancas y las negras y, acto seguido, respondía la IA con una ráfaga de crujidos y texturas electrónicas ideadas a golpe de algoritmo.
Se trataba, en palabras de la organización, de buscar «espacios sonoros de síntesis» y generar una «topografía multidimensional», palabras mayores y algo intimidantes tras las que se escondían preguntas mucho más prosaicas. A saber: ¿dónde acaba el intérprete y empieza el instrumento? ¿Puede una red neuronal aportar algo más que pura lógica a una interpretación musical? ¿Sueñan los pianos con melodías robóticas? Seguro que algo parecido debía pasarle a Mezquida por la cabeza mientras la noche ganaba intensidad y el aleteo sobre el piano, cada vez más veloz y retorcido, generaba un torbellino de ecos sintetizados, voces filtradas que parecía que fuesen a arrancarse con el 'Intergalactic' de los Beastie Boys, y tenues apuntes rítmicos esbozados sobre escombros de música concreta.
Los más escépticos de lugar aducirán que, con ensayos de por medio, la Inteligencia Artificial llegaba aprendida y sabía cómo reaccionar a los arpegios percutidos de Mezquida, pero sí que se intuía cierto margen para la sorpresa cada vez que máquina y pianista emprendían caminos diametralmente opuestos y acaban llegando a buen puerto juntos y de la mano. Podría haber sido un duelo, sí, pero la noche acabó en fluido mano a mano, o mano a algoritmo, que el público aplaudió a rabiar.
Ayudó que sobre el escenario, desnudo y en penumbra, no hubiese nada más. Una pantalla o unas proyecciones le hubiesen dado algo más de vistosidad, sí, pero a costa de restarle protagonismo a un diálogo insólito y sugerente que arroja un poco de luz a los abismos musicales y tecnológicos. Seguro que a Stockhausen o a John Cage les hubiese encantado.