Sondra I del Liceo

La actuación de Radvanovsky fue una experiencia inolvidable para todos sus seguidores en el Liceo

Sondra Radvanosky, durante su actuación en el Liceo A. BOFILL

Pep Gorgori

El mundo de la lírica, con su mezcla de talento, divismo y algún que otro punto esnob, no deja nunca de sorprender. ¿Se imaginan que una compañía de teatro decidiese programar en una sola sesión los finales de ‘Hamlet’, ‘El mercader de Venecia’ y ‘El rey Lear’? Solamente los finales, saltándose el resto de actos de las obras shakespearianas. Pues algo similar propuso la soprano Sondra Radvanovsky en el Liceo y, al contrario de lo que sucedería en otras disciplinas, en la ópera funciona. Vaya si funciona.

La cantante norteamericana ideó, junto al director Ricardo Frizza, un espectáculo que uniese a las tres reinas Tudor (Anna Bolena, Maria Stuarda y la Elisabetta I de ‘Roberto Devereux’) de Donizetti. Decidieron centrarse en las escenas finales, en las que las tramas llegan a un clímax emocional dignos, precisamente, de sendas reinas.

Claro está, tomarse estas libertades solamente está al alcance de una Radvanovsky y de un Frizza. La soprano está en un momento pletórico y se siente tan poderosa como las reinas que encarna. Aunque en algún momento adoleció de ínfimos problemas en la emisión de aire (los pianísimos agudos de Anna Bolena, por ejemplo), tuvo una actuación brillante. En la ‘preghiera’ de Maria Stuarda, su voz flotó sobre el coro del Liceo y la orquesta, logrando el efecto buscado por Donizetti: elevar al personaje por encima de los mortales justo al final de su existencia.

Con todo, fue en la Elisabetta donde Radvanovsky desplegó todas sus dotes tanto vocales como teatrales. Una experiencia inolvidable para todos sus seguidores en el Liceo. El teatro ha aprovechado el cierre pandémico del resto del planeta para jugar sus cartas y atraer a la diva, que parece estar ya consagrada como una de las favoritas de su público. Su reina, en toda regla. También es indudablemente apreciado el maestro Riccardo Frizza, verdadero experto en este repertorio, que muestra una conexión estrecha con la orquesta del coliseo, y tiene el aplauso de los aficionados.

Al lado de Radvanovsky estuvo un elenco de cantantes locales que la apoyaron en la recreación de las escenas. Fueron el barítono Carles Pachón, el tenor Marc Sala y, especialmente, la mezzosoprano Gemma Coma-Alabert, que demostró una vez más -y van varias esta temporada- que está en un momento excelente en el que aúna experiencia, talento y buen gusto. La propuesta escénica de Rafael Villalobos fue tan austera como se había prometido.

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