El Sónar se consagra como Naciones Unidas de la electrónica

La inteligencia artificial de Holly Herndon y las actuaciones del granadino Dellafuente, el japonés Dj Krush y el palestino Muqata'a marcan la segunda jornada del festival

Masego, durante su actuación en el Sónar Ep

David Morán

Sónar, día 2. Aprieta el sol con ganas y ahí donde uno espera encontrarse cuerpos danzando, tatuajes al fresco y bronceados de temporada alta solo hay unas pocas piernas tostándose al sol y mucho césped artificial a la vista. Césped sin casi nadie que lo pisotee. Porque son las cuatro y media y, claro, la gente tiene cosas mejores que hacer que cocerse en su propio jugo. Cosas a poder ser a cubierto, como apretujarse bajo la pérgola del Village mientras los altavoces disparan dance pop o, mejor aún, acercarse al Hall para descubrir cómo Holly Herndon teje un espectáculo de electrónica humanista tan orgánico como hipertecnológico.

La estadounidense acaba de publicar «Proto», álbum grabado junto a una máquina de Inteligencia Artificial que procesa y reproduce voces como si fuera una garganta más, y ese es precisamente el hilo conductor de un montaje de imbricadas estructuras sintéticas, salmos espirituales como venidos del futuro y cinco vocalistas que interactúan en directo con Herndon y con las capas de sonido aleatorio que genera el aparatejo pensante, Spawn para los amigos.

Esto último, claro hay que darlo por supuesto, ya que una vez entrados en faena cuesta distinguir la interacción del sonido enlatado y lo fresco de lo artificial. Eso sí; para despejar dudas Herndon deja que el público ponga a prueba a Spawn grabando voces en directo para incorporarlas a su base de datos.

Clímax experimental

El caos es que con Herndon y su «Proto» llegó el clímax experimental de una segunda jornada del Sónar marcada por el trap trianero del granadino Dellafuente, nuevo Rey Midas de los sonidos urbanos, y, sobre todo, por la capacidad del Sónar para reinventar cartografías musicales y encontrar artistas hasta debajo de las piedras. Ahí estaba, por ejemplo, el palestino Muqata’a, embajador de un hip hop made in Ramala que, visto lo visto, suena como si los beats futuristas de hace una década los pasaran por el filtro de la parsimonia y les añadieran filigranas exóticas y una pizca de brutalismo sonoro.

Música nacida entre las ruinas para llevar la bandera del Sónar a cualquier rincón del planeta. Y es que, como si se hubieran sincronizado, el noruego Fakethias escenificaba a pocos metros el equivalente musical a un bombardeo de techno acorazado, y KÁRYYN, artista estadounidense de origen sirio, presentaba unas canciones oscuras y dramáticas que harían las delicias de Björk y tras la que se intuían las cicatrices de un país permanentemente herido. Sensibilidad sintética y melodías desgarradas para abrirse camino en el pop del siglo XXI.

Cambiar de escenario implicaba vérselas con Masego, jamaicano criado en Estados Unidos que ha bautizado su estilo como «traphousejazz», ocurrente nombre tras el que se esconde algo bastante parecido al acid jazz de toda la vida, con su pulsión soul y su acabado bailable. Nada nuevo, no, aunque bastante entretenido. A esas horas, si algo quedaba claro es que el Sónar, en su XXVI edición, se ha convertido en un festival más viajero y con muchas menos fronteras. Una suerte de Naciones Unidas de la electrónica en la que lo mismo se podía ver a la discjockey ugandesa Hibotep, puro músculo electrónico, reinando en el XS con una sesión de impacto directo y robándole público al parisino Lomepal, que maravillarse una vez cómo con la arrolladora centrifugadora de beats marcianos y ritmos abstractos del japonés DJ Krush. El sol seguía ahí, haciendo de las suyas, pero a nadie parecía importarle demasiado.

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