Nacho Vegas, maniobra de reconstrucción en Barnasants

El cantautor asturiano presentó en el Teatre Joventut 'Mundos inmóviles derrumbándose' con nueva banda y una intensidad mas contenida que la de sus últimas giras

Nacho Vegas, durante su actuación en el Teatre Joventut Juan Miguel Morales

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Todo se tambalea, el mundo se desmorona, y ahí sigue Nacho Vegas cantándole al dolor, al amor y a la pena. Cantándole a esos 'Mundos inmóviles derrumbándose' que dan título a su último trabajo y que el asturiano, experto zapador de la canción de autor con vistas al rock, destruye y reconstruye noche tras noche. Un valor seguro, refugio emocional en tiempos de zozobra, que regresó el sábado al festival Barnasants para contar y cantar que, pese a todo, hay cosas que cambian y está bien que así sea. Sí, otra vez esos mundos inmóviles derrumbándose.

Porque, después de una década larga encaramado en el imponente muro de sonido que edificaron a su alrededor los músicos de León Benavente -casualidades: justo el día que el asturiano actuaba en L'Hospitalet, los de Abraham Boba presentaban disco en la sala Barts-, también el mundo de Vegas empezó a desmoronarse: quemó todas la naves en la gira de presentación de 'Violética' con unos conciertos de intensidad memorable, así que ahora tocaba borrón y cuenta nueva.

Volver a empezar para cambiar el rodillo eléctrico de antaño, todas esas texturas que trabaja ahora casi en exclusiva el guitarrista Joseba Irazoki, por otro tipo de intensidad más contenida. Una vehemencia menos inflamada que sólo desborda en momentos puntuales: la soberbia 'La pena o la nada' (otra vez la guitarra de Irazoki), una furiosa 'El ángel Simón' rehecha a la manera de los Bad Seeds de Nick Cave, y esa 'La gran broma final' de crispado crescendo.

El resto podría decirse que es un Nacho Vegas en proceso de reconstrucción; un cantautor que ya no necesita esconderse detrás de la guitarra (sólo la recuperó en 'Ser árbol' y 'Que te vaya bien Miss Carrusel') pero que aún no sabe muy bien cómo moverse por el escenario; un músico que si hace un par de años reivindicaba a Woodie Guthrie y celebraba a Violeta Parra entre latigazos eléctricos, cabalga ahora acompañado de vaqueros tristes (además de la de Townes Van Zandt cayó también la versión en asturiano del 'Summer's End' de John Prine); un Vegas que, en fin, prefiere dejarse la leyenda negra y sus himnos más sombríos en el camerino para darle otra oportunidad a canciones que, como 'Hablando de Marlene', 'Lo que comen las brujas' y 'Detener el tiempo', se habían quedado en los márgenes de su repertorio.

Ternura, sobriedad y goterones de tristeza para un Vegas menos épico y maldito (no parece casualidad que 'Cajas de música difíciles de parar' fuese el único disco ausente en el guion de la noche) que se conjuga ahora a través del encanto sutil y sosegado de 'La séptima ola' o 'El don de la ternura'. Canciones que emergen de su último disco y que, igual que la descarnada 'Ramón In' o la algo deslavazada 'Big Crunch', nos hablan de un músico que vuelve a estar, una vez más, en proceso de resituación. Un artista en permanente proceso de demolición y reconstrucción que, eso sí, se sigue despidiendo con la impecable 'El hombre que casi conoció a Michi Panero' y esos coros que, megáfono en mano, le alegran a uno la noche.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación