María Pagés, la herencia de la farandulera
La bailaora inauguró el atípico Festival de Peralada Lifestream
El Festival de Peralada solía ser el punto de encuentro veraniego de la crème de la crème de la Cultura, y su espectáculo inaugural congregaba a más de mil personas para dar el pistoletazo de salida musical a los meses de la canícula. El año pasado, sin ir más lejos, el ballet del Teatro Mariinsky bailó las Estaciones de Vivaldi/Richter en el gran escenario de los jardines del Castillo medieval que preside el recinto boscoso. Antes y después, la ritual ceremonia de besos, abrazos y saludos copa en mano.
Este año, tras llegar a cancelarse por completo a causa de la crisis sanitaria, los responsables del evento decidieron crear lo que han llamado el Festival de Peralada Lifestream , una semana de actividades pensadas para un público reducido al mínimo y retransmitidas, gratis, por internet. Así es como la noche del miércoles setenta almas nos fuimos a encontrar en ese rincón de Cataluña para ver en directo el espectáculo que la compañía de la bailaora María Pagés había creado expresamente para la ocasión.
Entre fandangos, tientos, seguiriyas, tangos y zorongos, Pagés invitó a reflexionar sobre este «jardín» en el que vivimos y que tenemos el deber de cuidar. Textos de Tagore, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz y Benedetti entre otros, en las conmovedoras voces de Sara Corea y Ana Ramón, dieron pie a la poesía no solamente literaria, sino también musical, coreográfica y escénica.
El montaje, emocionante en vivo pero especialmente bello en la cuidada realización televisiva que hasta hoy puede verse en la web del Festival, es en el fondo una oda a la naturaleza y también a la cultura. Una reflexión necesaria en los tiempos que nos ha tocado vivir, afrontando el presente, pero sin olvidar ni los errores del pasado ni los aciertos, que también los hubo. Así, los poetas citados sonaron con ritmos flamencos, aunque con aires de Vivaldi y de Bach en algún momento en que el violín y el violoncello tomaron el protagonismo. Por encima de todos ellos, la imponente presencia de María Pagés, que con sus movimientos, castañuelas y vestidos es capaz de llenar sola cualquier escenario.
Antes de empezar, la voz de la propia bailaora nos ponía en situación: «Una luna tímida me susurra el deseo de andar conmigo. En su manto, lleva un libro donde juntas mantenemos viva la memoria de lo que somos. Yo no sé quién soy si no soy lo que bailo. Somos bailaores, músicos, actores, técnicos, pero también somos teatros, festivales y públicos. Somos herederos de los viejos sueños de las viejas faranduleras y los viejos juglares que recorren aún el mundo llevando de un jardín a otro el derecho de la gente a la felicidad. Tú y yo somos la esencia de nuestra cultura».
Inmersos en la vorágine de cancelaciones y reorganización de todo que ha comportado el coronavirus, es posible que ni los propios programadores y creadores sean plenamente conscientes aún de su propia grandeza, de la valentía de sacar adelante espectáculos como éste en un tiempo en que tenemos el jardín tan, tan revuelto.