El Liceu abraza la distopía de la mano de Benet Casablancas y Rafael Argullol
El teatro barcelonés vuelve a acoger con «L’enigma di Lea» un estreno mundial tras diez años de paréntesis
Una joven, Lea, es portadora de un gran secreto que un poder superior no quiere que revele. Por ello, es eternamente espiada y calumniada por dos vigilantes, Milojos y Milbocas. Tras vagar por el espacio y el tiempo, llega a nuestros días y es recluida en una institución para enfermos mentales donde está a merced de un psiquiatra con tintes de domador de circo, el doctor Schicksal. Podría ser un capítulo de «Black Mirror» o incluso de «El cuento de la criada», pero no. Es el argumento de la ópera «L’enigma di Lea», que este sábado se estrena en el Gran Teatre del Liceu y que es el primer estreno mundial de un compositor autóctono que acoge el teatro desde hace 10 años, cuando presentó la ópera «La cabeza del bautista» del compositor Enric Palomar.
«L’enigma di Lea» se empezó a gestar en 2011, cuando el auge de lo distópico aún estaba por llegar. Poco podían sospechar los autores de la obra, el músico Benet Casablancas y el escritor Rafael Argullol, que su trabajo encajaría tan bien en la época de Netflix, las «fake news» y los «reality shows» a todas horas.
La producción de esta ópera es una muestra del talento local actual, no solamente por los autores, sino por la dirección escénica de Carme Portaceli, la escenografía de Pacó Azorín y por los intérpretes. Josep Pons dirige la orquesta del Liceu y un elenco encabezado por una de las grandes especialistas en música contemporánea, Allison Cook. A su lado, el barítono José Antonio López y el contratenor Xavier Sabata, en los roles principales, y una amplia selección de cantantes entre los que se cuentan Sonia de Munck, Felipe Bou, Sara Blanch, Anaïs Masllorens y Marta Infante -que, sorprendentemente, no había cantado antes en el Liceu-. En total son más de ciento cincuenta personas en escena, entre solistas, coro y orquesta.
Por lo que respecta a la puesta en escena, Carme Portaceli asegura haberse sentido atraída desde el principio por este proyecto, ya que «para el que le gusta el teatro, una ópera es como una concepción total, casi wagneriana de lo que es un espectáculo». La directora plasma la acción en «una especie de manicomio donde se encuentran las personas diferentes que hay que tratar para que sean como todos».
Una música rica y densa
La música escrita por Casablancas presenta una orquestación compleja y extremadamente rica, donde cada personaje va asociado a un instrumento diferente. Lea, por ejemplo, está acompañada por la flauta, «un instrumento con un sonido puro, con muy pocos armónicos» según el compositor, subrayando así su pureza, pero también la sensualidad del rol principal. Las influencias que ha plasmado el compositor son diversas y van de Mussorgsky a Verdi y Wagner, pero se remonta aún más allá para volver la vista al origen de la ópera como género: Monteverdi es una figura «significativa, con su idea de que la música ha de estar al servicio de la palabra», explica Casablancas.
También la vocalidad se ha adaptado a cada personaje e incluso a cada cantante, como se hace habitualmente al escribir una nueva ópera. Uno de los protagonistas, el contratenor Xavier Sabata, ha trabajado el último año en contacto constante con el compositor para definir un papel hecho a su medida. Es una manera de trabajar completamente distinta a la que está acostumbrado, ya que él viene del mundo de la música antigua. Con todo, se muestra entusiasta de este tipo de proyectos: «Los cantantes queremos hacer música contemporánea. El gran repertorio está muy bien, y hay que preservarlo, pero al mismo tiempo reivindico que se nos escriban papeles, para que este arte pueda evolucionar».
El director musical, Josep Pons, destaca que «una obra nueva siempre es una aventura porque no la hemos escuchado nunca». Ello plantea retos que no aparecen cuando se aborda un Mozart, un Puccini o un Wagner, pero también da satisfacciones únicas: «Nosotros dejaremos una versión sobre la que podrán trabajar los que vengan después, y esto es un placer», asegura el maestro.
El mensaje
Quien quiera saber cuál es el enigma que oculta Lea va a llevarse una decepción, ya que ni se descubre ni aún menos se descifra. Esa tarea queda para la intimidad de cada espectador. Argullol explica que la palabra «enigma» le gusta especialmente porque lo que de ella emana «no es tanto dar un mensaje como plantear nuevos interrogantes».
La obra empieza presentando un Dios tenebroso que «arrasa a los humanos» para acabar defendiendo que «sólo la fe rescata al hombre de su naufragio». ¿Contradictorio? En absoluto, ya que según el filósofo y escritor, el último verso se refiere «a la fe que nos lleva a luchar por la libertad y por romper el círculo de ciertos totalitarismos que nos rodean».