Jugando al escondite con «Doña Francisquita»

De tanto esconder el original, se condena al fracaso cualquier intento de vislumbrar el argumento de la obra.

El reparto de «Dona Francisquita», durante la obra A. Bofill

Pep Gorgori

Poco cariño le debe tener Lluís Pasqual a su propia producción de Doña Francisquita para no haber estado ni en la rueda de prensa de presentación ni en el día del estreno en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. De hecho, al final de la primera función en la capital catalana ni tan siquiera el repositor, Leo Castaldi, se dignó a salir al escenario a saludar al público. Y eso que la première barcelonesa no tuvo nada que ver con el escándalo del Teatro de la Zarzuela de Madrid, donde los abucheos fueron considerables.

El público catalán estaba bien avisado de que este montaje tiene poco que ver con el original, al esconder todos los diálogos del libreto tras un texto que cambia el argumento de arriba a abajo para, dicen, exponer la visión que Pasqual tiene de este género. Aun así, tampoco entusiasmó demasiado, a juzgar por los comentarios despectivos cazados al vuelo en los entreactos.

Esta deconstrucción podía tener algún sentido en un teatro como el de la Zarzuela. Ver diferentes propuestas siempre es enriquecedor, y la de Pasqual, especialmente en el tercer acto, es visualmente atractiva e incita a la reflexión sobre pasado, presente y futuro de este repertorio. Ahora bien, en el Liceo, donde la zarzuela se esconde para solamente asomarse una vez cada década como promedio, cabe preguntarse si tal digresión tiene sentido.

Sea como fuere, el trabajo del director catalán no funciona. De tanto esconder el original, se condena al fracaso cualquier intento de vislumbrar el argumento de la obra. El narrador, un impecable Gonzalo de Castro, tiene que defender un texto que explica lo que pasaría en escena si hubiesen dejado el libreto tal y como está escrito. Además, queriendo ser innovador el montaje resulta ser más bien viejuno. El teatro dentro del teatro es algo que se inventó hace ya demasiado.

El excelente reparto salvó la función. Impresionante Celso Albelo, que demuestra vivir un momento pletórico y Fernando un personaje que le va como anillo al dedo. A su lado, María José Moreno dibuja una Francisquita fresca, vital, con preciosa coloratura. Ana Ibarra muestra su solvencia como Aurora, mientras María José Suárez exhibe sus dotes cómicas como Doña Francisca. Correctísimo el resto de secundarios: Miguel Sola, Alejandro del Cerro, Isaac Galán.

Con todo, la gran protagonista acabó siendo la solista de castañuelas Lucero Tena, que recibió el calor del público en forma de repetidas ovaciones. Pese a décadas de ausencia injustificable de los escenarios barceloneses, el público aún valora sus proezas. Sería de agradecer que la volvamos a ver pronto por aquí.

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