Joan Guinjoan, el campesino que quiso (y logró) ser compositor

El legado que deja es inmenso, no solamente en el campo de la composición, sino también de la divulgación, de la pedagogía y de la política cultural

Guinjoan, fotografiado en 2007 Efe

Pep Gorgori

El músico catalán Joan Guinjoan murió a última hora del primer día de este 2019. Tenía 87 años y, aún estando delicado de salud, su defunción fue inesperadamente súbita. Detrás suyo deja más de un centenar de obras escrita en un lenguaje que buscó siempre el equilibrio entre la vanguardia y lo experimental, la expresión personal y la conexión con el público. No es un ejercicio fácil, pero es que Guinjoan no tuvo una vida fácil.

Primogénito de una estirpe de campesinos de Riudoms (Baix Camp, Tarragona), de joven descubrió su vocación musical, que lo llevó a abandonar a hurtadillas su hogar, aunque ello comportase renunciar a la herencia de las tierras, el ganado y la masía familiares -y con ellos, una razonable seguridad económica en la España de posguerra-. Se marchó con lo puesto, cuatro monedas en el bolsillo y el humilde acordeón diatónico con el que se inició en el arte sonoro.

A partir de ahí se labró una carrera como pianista, ora en salas de renombre, ora en locales menos distinguidos. En los años 60, el contacto con París y las vanguardias europeas supusieron un punto de inflexión. Desde 1964 se dedicó plenamente a la composición. Al año siguiente, en ya establecido en Barcelona, fundó el grupo «Diabolus in musica» con el clarinetista Jordi Panyella. En una España donde la dictadura apenas empezaba a plantearse el fin de la autarquía y la cerrazón, Guinjoan impulsó un grupo dedicado a la interpretación de la música de nueva creación de nivel europeo.

El legado que deja es inmenso, no solamente en el campo de la composición, sino también de la divulgación, de la pedagogía y de la política cultural, ya que desde el Ayuntamiento de Barcelona -en la etapa de Pasqual Maragall como alcalde- impulsó iniciativas tan sobresalientes como el Centro de Documentación y Difusión de la Música Contemporánea.

El también compositor Benet Casablancas (Sabadell, 1956), lo recuerda como «un auténtico faro» que «introdujo en el país por primera vez algunas de las grandes obras maestras de la música de vanguardia». Aún más joven, Joan Magrané (Reus, 1988), destaca «sus aportaciones directas en la difusión de la música contemporánea y el interés por los jóvenes creadores», pero también, en un aspecto más sutil, el hecho de que «nunca perdía de vista de dónde es cada uno, de ahí la luminosidad de su música, tan relacionada con el campo».

La última vez que Magrané estuvo con Guinjoan fue para celebrar su 87 aniversario. Como siempre, le enseñó algunas partituras y nuevos discos con obras suyas: «Siempre le hacía ilusión recibir nuevas grabaciones», explica. En el almuerzo estuvo también el director artístico del Palau de la Música y amigo personal, Victor García de Gomar, que de él destaca «la humildad y el respeto a los demás», probablemente «porque él mismo sabía lo que le había costado llegar hasta donde llegó». Por destacar unos pocos, recibió el Premio Nacional de Música, la Creu de Sant Jordi, el nombramiento como Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia y el Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria.

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