El Grec abraza la poesía y el absurdo para espantar el miedo al coronavirus

La compañía Baró d'Evel inauguró anoche el festival con un montaje poético-circense por el que desfilaron Tortell Poltrona, Lina y Raül Refree

Camille Decourtye y Blai Mateu, en el arranque del espectáculo Efe

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La vida y la muerte acariciándose por la punta de los dedos, la sonrisa invertida del payaso y esas lágrimas solitarias como las que gastaba Smokey Robinson en la canción, el movimiento como antídoto contra semanas, meses, de confinamiento y reclusión, la poesía como único asidero cuando todo lo demás se derrumba… Aún no se había apagado el día en la montaña de Montjuïc, Ada Colau charlaba con Mariàngela Vilallonga quién sabe si para advertir a la consellera de Cultura que, vaya por Dios, además de en catalán estaba a punto de oír cantar en francés, portugués y también en castellano, y el Grec se preparaba ya para recuperar el pulso escénico con la más potente y visual de las metáforas.

Porque ahí estaban, fosilizados en el centro de la pista, Camille Decourtye y Blai Mateu, directores de la compañía Baró d'Evel y encargados de inaugurar el martes por la noche la edición más atípica, singular y desconcertante del festival de verano de la ciudad. Inmóviles como dos figuritas de Lladró y frágiles como un jarrón chino que aguarda pacientemente a que alguien lo haga trizas, Decourtye y Mateu esperaron a que todo el público estuviese instalado en sus localidades, las mismas entre las que mediaba un abismo de plantas y enredaderas para, ahora sí, abrazar el movimiento y desconfinarse hasta las últimas consecuencias.

Trozo a trozo, pedazo a pedazo, la pareja fue desprendiéndose de capas de cerámica que cubrían sus cuerpos y entre polvo y cascotes llegó primero el derrumbe y luego la liberación. Un recurso que la pareja ya había exhibido en otros montajes pero que anteanoche, con el público tanteando ese simulacro de normalidad que lo enrarece todo aún más, resultó insólitamente reconfortante.

Poesía y demolición para meterse en el bolsillo a las cerca de 800 personas, la mayoría autoridades y trabajadores de servicios esenciales, que llenaron el Teatre Grec y tomar el relevo desde el escenario a esa coreografía de mascarillas, distancias impuestas y acceso escalonado a la que nos ha abocado el coronavirus.

Vista de la grada del Teatre Grec durante el estreno Efe

«Qué bestia!», que diría (y de hecho dijo) el payaso Tortell Poltrona, padre de Mateu y uno de los invitados a una gala de alto voltaje poético, narrativa algo fragmentada y poderoso complemento musical. De hecho, la alianza entre Raül Refree y la fadista Lina dejó temblorosos picos de intensidad como «Medo» y «Destino», cumbres emocionales de una noche en la que también brillaron los arrebatos plásticos de Frederic Amat y las intervenciones de Rita Mateu, hija de la pareja de directores que, con apenas seis años, brilló (y cantó) como una electrizante centella.

A su lado, Camille Decourtye y Blai Mateu, auténtico centro de gravedad permanente del montaje, exploraban cada movimiento y exprimían el absurdo para espantar los miedos a base de piruetas coreografiadas, bufidos cómicos y un éxtasis de gritos y chillidos tras el que el público se quedó la mar de descansado.

Ellos fueron, de hecho, los únicos que se tocaron en este espectáculo bautizado como «¡A tocar!» y al que, puestos a pedir, quizá le faltó algún hilo argumental más y le sobraron casi todas las palabras; esos discursos henchidos de moralina y realismo excesivo con los que Poltrona y la actriz Inma Colomer quisieron poner voz a lo que no necesita explicación.

Porque, puestos a decir, dijo más ese «no somos nada» que Poltrona hizo cantar al final del espectáculo que todas las interpelaciones directas que llegaban desde el escenario. Será que donde hay magia sobran las palabras, incluso las del más sensato de los payasos

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