'La Flauta Mágica': Ganas de Mozart en en Liceo

Gustavo Dudamel y Javier Camarena superan con honores su debut en el título

Lucy Crowe y Javier Camarena, durante la representación David Ruano

Pep Gorgori

Jamás ha escrito nadie un tratado de filosofía tan profundo en el fondo y tan liviano en la forma como Mozart cuando compuso 'La flauta mágica'. Bajo la apariencia de cuento de hadas (sencillo, simpático, entrañable), refleja al mismo tiempo su sociedad, el ser humano y el advenimiento de la Ilustración, con las revoluciones que iba a comportar. ¡Qué no habría dado Kant por poder expresarse con tanta fluidez!

Siglos después, 'La Flauta Mágica' nos sigue encantando, y más en unos tiempos en los que necesitamos que alguien nos diga, con una sonrisa en los labios, que los malos van a perder y que la Sabiduría va a imponerse; que seremos capaces de dejar atrás la oscuridad y que ganará la Luz. Necesitamos a Mozart, y e l elenco que lo defendió el lunes en el estreno de la producción en el Liceo lo sabe.

Había ganas de Mozart y había ganas de ver cómo lidiaban con 'La flauta mágica' por primera vez el director de orquesta Gustavo Dudamel y el tenor Javier Camarena (Tamino). Ambos salieron de la prueba no solamente ilesos, sino francamente bien parados. Conociéndolos, es fácil pensar que lo del lunes fue solamente un punto de partida para ir consolidando el título en el sus respectivos repertorios. Dudamel mostró sus mejores galas, una paleta de matices y detalles que subrayaron ese estilo mozartiano en el que todo parece perfecto y sencillo, pero que necesita de una batuta tan solvente como la del maestro venezolano para lucir en todo su esplendor.

Camarena, es cierto, se aleja con este papel del estilo (incluso del idioma) de sus roles más icónicos, pero su Tamino está lleno de personalidad, y de una innegable belleza en la línea del canto: el tenor mexicano tiene gusto e instinto musical, aborde el repertorio que aborde, aportándole «sabor, sabor», como él mismo comentó bromeando en la rueda de prensa de presentación del montaje.

Con todo, la absoluta triunfadora de la noche fue la Pamina de Lucy Crowe: potencia, matices y emotividad al servicio de un rol que acostumbra a quedar injustamente en segundo plano ante la presencia arrebatadora de la Reina de la Noche. Reivindiquemos, pues, a esta preciosa Pamina que es la clave de toda la acción dramática, sin dejar de señalar que Kathryn Lewek fue una excelente Reina, abordando con solvencia sus dos memorables arias. Impresionante el Sarastro Stephen Milling -solemne, paternal, cálido y rotundo a partes iguales. Thomas Oliemans también dibujó un buen Papageno.

Lo que en el Liceo hubo el lunes fueron muchas ganas de hacerlo muy bien. Quizá fue por Camarena y por Dudamel, pero también había ganas de lucirse por parte del talento local. El Monostatos de Roger Padullés es simplemente impecable en lo vocal y lo actoral. Mercedes Gancedo arrasó con su fulgurante Papagena: con un papel cortísimo, abordado con entrega y simpatía a raudales, se llevó el gato al agua. Las tres damas eran también nacionales: la excelente soprano malagueña Berna Perles y dos de las mejores mezzos que tenemos, Gemma Coma-Alabert y Marta Infante, que merecen pisar el Liceo y el Real mucho más a menudo y con roles de mayor responsabilidad que, salta a la vista, están en perfectas condiciones de abordar.

Por lo que respecta a la producción de David McVicar, poco se puede añadir a los elogios que sobre ella se han vertido en los últimos lustros. Un placer para los sentidos, con todo el dramatismo, la simpatía y calor humano que la partitura requiere.

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