Una fiesta musical
Los hermanos Jussen actuaron en el Palau junto a ocho solistas de la Filarmónica de Berlín para ofrecer una velada de música de cámara de excelente nivel
Los hermanos Jussen se han consolidado como uno de los dúos de piano más solventes del panorama actual. Son uno de aquellos casos en los que un marketing bastante aparatoso no consigue ocultar lo que de verdad importa: el talento y el resultado de un buen trabajo conjunto.
En su última visita a Barcelona, se han presentado junto a ocho solistas de la Filarmónica de Berlín para ofrecer una velada de música de cámara de excelente nivel, con 'El carnaval de los animales' de Camille Saint-Saëns como protagonista.
A modo de introducción, cinco de los instrumentistas interpretaron el Quinteto de cuerdas Op. 77 de Dvorak. Es una pieza que no se escucha habitualmente, que el compositor usó como campo de pruebas para audaces armonías y juegos tímbricos que después incorporaría en su escritura sinfónica, siempre con la música eslava como trasfondo.
No es necesario apuntar que los miembros de una entidad como la Filarmónica de Berlín tienen que ser, por fuerza, músicos de primer nivel. Trabajar en pequeños grupos es clave para fortalecer el sonido de la orquesta, y de ahí que cada vez más formaciones de categoría organicen ciclos de cámara con sus propios instrumentistas. Ahora bien, esto por sí no es garantía de éxito, y el resultado en este caso, aun siendo excelente, dejó entrever la falta de un trabajo más sistemático del conjunto.
Desajustes entre el fraseo del primer y el segundo violines, por poner un ejemplo, difícilmente se darían en un grupo estable de cámara que llevase años en activo. Por lo demás, se trató de una lectura perfectamente canónica, fiel a la partitura, aunque falta de chispa.
Rematadamente jóvenes (28 y 25 años), parece mentira que los Jussen lleven ya más de una década pisando los principales escenarios, grabando discos y cosechando premios. Escucharlos interpretar en directo la delicadísima Sonata para piano a cuatro manos de Poulenc es una fiesta. Fiesta de los matices, de la expresividad y del control técnico, con unos unísonos tan enervantemente precisos que se dirían tocados por un solo pianista. Quizás en 'Ma mère l'Oye' (Mi madre la oca) de Ravel podrían haber profundizado más en los matices de una partitura que solo es sencilla en apariencia, pero en cualquier caso la ofrecieron con encomiable calidad.
Ocas en Ravel, y una alocada arca de Noé en el 'Carnaval de los animales' de Saint-Saëns. Aquí la pasión de los Jussen contagió a los excelentes instrumentistas de la Filarmónica de Berlín para ofrecer una versión fresca, juguetona, divertida, simpática de la versión original de esta obra, con la que sedujeron al público. Un verdadero festín para salir de un concierto con una buena sonrisa dibujada en la boca.