Los restaurantes de Sostres
Como si no existiera
«La Fonda España da igual si está que si no está, si abre o si cierra: y si deja de existir nos olvidaremos de que existió a los cinco minutos»
Me invita un amigo a almorzar a la Fonda España , sorprendido de que todavía no haya estado. La sala es espaciosa, agradable, aunque algo fría y no tan confortable como puede parecer en las fotografías o a simple vista cuando llegas. El servicio es resultón pero automático. Hay un protocolo rígido de actuación que queda en ridículo cuando un cliente pide algo que se sale del estrechísimo cauce que tenían previsto. Y no es que los protocolos sean ridículos. Son hasta necesarios, pero hay que saber cómo administrarlos y de qué modo saltártelos -nunca de cualquier manera, por supuesto- para atender cualquier petición de un cliente. Sólo el maitre se salva de la vulgaridad general de los camareros.
Fonda España tiene uno de esos servicios tan molestos que no sirven para hacer feliz al cliente sino al contable. Podríamos perdonar errores puntuales e incluso un camarero borde . Pero no que el concepto del servicio sea ya contrario al bienestar y ya no digamos a la felicidad. No podemos perdonar, en un restaurante de más de 50 euros por persona, que pretendan tratarte como a una oveja -o como a un turista japonés de clase media, que es lo más parecido que hay-. Ninguna alegría, ninguna sustancia, ningún detalle de calidad. Todo como si te aplicaran la legilación vigente o rellenaras para el seguro un formulario.
Por culpa de esta clase de servicios la gente acaba pensando que los restaurantes están sobrevalorados. Por culpa de este concepto de servicio, y de la clase de camarero que hay que ser para no rebelarte contra tanta ordinariez es que un chaval que se ha pasado un par de meses ahorrando para salir a cenar con su novia cree que los buenos restaurantes son una cínica máquina de robarte . Es indignante que en aquella sala hermosa, y con aquella cantidad de espacio, unas personas que se supone que trabajan para hacerte sentir como un rey, te acaben tratando como si fueras la ficha que te ha dado la señorita del guardarropa.
La comida la he dejado voluntariamente para la segunda parte del artículo porque no es absolutamente nada. ¿Es buena? Pues mire usted, no. ¿Es mala? Pues mire usted, tampoco. No es nada. Es una prescindible celebración de lo banal. Gustos amortiguados, texturas imprecisas, composiciones previsibles e interés ninguno. Es el nada por aquí y nada por allá de los magos, pero sin que al final aparezca el conejo. Es, en definitiva, Martín Berasategui. Este cocinero que es exactamente lo que la guía Michelin merece por su mezquina conspiración contra la alta cocina española. Es muy importante que Michelin tenga a Berasategui de referente, y que sea, junto a Abac -otra nulidad inconcebible- el restaurante más puntuado (3 estrellas) de Barcelona. Es fundamental que así sea, porque nos permite tener el fraude a la vista, la impostura, la mala leche, las ganas de hacer daño.
La Fonda España, como todo lo de Martín , da igual si está que si no está, si abre o si cierra: y si deja de existir nos olvidaremos de que existió a los cinco minutos. Ningún talento, ninguna idea, ninguna aportación, ninguna esperanza, ningún deseo de mundo mejor. Martín es el cocinero ideal para insultar, desprestigiar, reducir a anécdota menor a la indiscutiblemente superior cocina española -especialmente la barcelonesa- e insistir en la soberana estafa de pretender que aún tiene algún valor, y alguna vigencia, la decadente, agotada cocina francesa .