Max Beckmann muestra en Caixaforum las cicatrices del exilio
Barcelona acoge la primera gran exposición dedicada al pintor alemán, uno de lo artistas «degenerados» que tuvo que escapar de los nazis

En 1937, justo después de que los nazis abjurasen por millonésima vez del arte moderno y Hitler diese por inaugurada en Munich la «Entartete Kunst», exposición de arte degenerado que, de Paul Klee a Edvard Munch pasando por Max Ernst o Gustave Courbet, señalaba a los artistas a los que había que odiar, Max Beckmann se subió a un tren en la estación de Frankfurt y le dijo adiós para siempre a su Alemania natal.
Su nombre, vinculado por entonces a movimientos a los que nunca llegó a adscribirse como el expresionismo o la Nueva Objetividad, ocupaba un lugar destacado en el listado de artistas degenerados que, según los nazis, habían arruinado el canon de belleza clásica, por lo que no le quedó más remedio que escapar a Ámsterdam y familiarizarse con los sinsabores del exilio.
En 1933 a Beckmann ya le habían arrebatado su plaza de profesor en la Escuela de Arte de Frankfurt y años antes, a principios de siglo, la I Guerra Mundial había frenado en seco su primer esplendor creativo, por lo que en realidad el pintor alemán siempre vivió en el limbo del desarraigo y cultivó un exilio interior que se acabó tornando dolorosamente exterior. De ahí que la primera gran retrospectiva de Beckmann que puede verse en Barcelona gire precisamente alrededor de ese exilio que le llevó de Alemania a Holanda y de ahí a Estados Unidos, donde se instaló en 1947.
Unos viajes que impactarían, y de qué modo, en unas pinturas radicales, personales y de estilo especialmente «denso» en el que Manet y Cézanne comparten protagonismo con el Renacimiento o el Manierismo alemán. «Es probablemente el artista que mejor captura el espíritu de su época; el aspecto duro, innovador, excitante y al mismo tiempo dramático y terrible del siglo XX», resalta Tomàs Llorens, comisario de la exposición que, hasta el próximo 26 de mayo, traslada a Caixaforum Barcelona el universo de coloridos eléctricos y alegorías extremas de Max Beckmann (Leipzig, 1884-Nueva York, 195o). Las cicatrices del exilio, a todo color y en formato panorámico.
Todas las épocas
La muestra, organizada en colaboración con el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, reúne 49 obras que abarcan toda su carrera: desde esa primeras pinturas a salvo aún del pesimismo y el desamparo a las últimas pinceladas de «Los argonautas», tríptico que dio por terminado el mismo día que un infarto se lo llevó por delante mientras atravesaba el Central Park de Nueva York el 27 de diciembre 1950.

Es precisamente este lienzo de grandes dimensiones, al que Beckmann dedicó más de un año y medio de trabajo, el que despide una exposición que arranca con lo que el propio Llorens presenta como una «miniretrospectiva». Esto es: una docena de obras –incluidas dos de las seis esculturas que realizó– que resumen los años previos a su participación en la I Guerra Mundial, cuando se alistó voluntario y trabajó durante un año como enfermero hasta que una crisis nerviosa lo mandó a Frankfurt con una baja por depresión.
Con las primeras sombras del exilio llegaron también los personajes grotescos, los payasos inquietantes, los contrastes entre el bullicio de las grandes metrópolis y las figuras aisladas y las metáforas recurrentes que sirven ahora para estructurar la exposición. Ahí están, por ejemplo, las «máscaras» como símbolo de las pérdidas de identidad; las urbes contemporáneas reflejadas en la «Babilonia eléctrica»; y «el mar»y «el largo adiós» como dolorosas extensiones del exilio.
De todo esto se nutren obras de impacto como el tríptico «Carnaval», el enjambre de cuerpos de «Ciudad (noche en la ciudad)» o la profética «Hombre cayendo», con una figura precipitándose al vacío. «Creo que amo tanto la pintura porque me obliga a ser objetivo. No hay nada que odie tanto como el sentimentalismo», decía Beckmann en una frase que, impresa en una de las salas, bien podría ser el lema de este universo de exilios cruzados.