«Aida» en Liceo: una escenografía para la posteridad

El público de Barcelona aplaudió una vez más los decorados que el escenógrafo Josep Mestres Cabanes creó para las funciones del año 1945

Un momento de la representación de «Aida» en Barcelona Efe

Pep Gorgori

El público del Liceo de Barcelona aplaudió ayer, una vez más, los decorados que el escenógrafo Josep Mestres Cabanes creó para las funciones de «Aida» del año 1945. Vistas hoy, 75 años más tarde, causan aún admiración y son dignas de reverencia, pero sobre todo son una lección a las generaciones que sucedieron a este hábil embaucador de retinas.

En plena posguerra y no pudiendo derrochar dinero, Mestres Cabanes derrochó talento al recrear, solamente con papeles y pintura, las construcciones del Egipto faraónico. El resultado es un descomunal trampantojo que juega magistralmente con las perspectivas y nos recuerda que el teatro es, ante todo, ilusión y frenesí, como diría nuestro Calderón.

El director de escena en esta reposición, Thomas Guthrie, ha sabido sacar partido de las posibilidades del decorado mediante una iluminación precisa y unos movimientos escénicos tan fluidos como el montaje permite, aunque un tanto estáticos. Especialmente acertada resulta la coreografia de Angelo Smimmo. Por una parte, añade un punto de espectacularidad al incorporar movimientos propios de la capoeira en el baile de los esclavos. Por otro, matiza la trama en momentos como la escena en la que Amneris se prepara para recibir al victorioso Radamés, haciendo mofa de su personaje.

Por lo que respecta al reparto, era muy esperado el debut de la soprano Angela Meade tanto en el Liceo como cantando el papel protagonista, que hasta ahora no había abordado. Meade será una excelente Aida con el tiempo, pero necesita madurar el personaje. En Barcelona hizo un papel correcto, con buenas ideas y momentos bellísimos, pero sin llegar a demostrar todo el potencial de su instrumento. Al contrario, en el momento más esperado del aria «O patria mia» perdió el apoyo y su voz se quebró durante unos segundos.

A su lado, el tenor Yonghoon Lee firmó un Radamés estridente como pocos. El coreano tiene una voz magnífica para imponerse a la masa orquestal en los fortissimi, pero no para la sutileza que requerirían pasajes como «Celeste Aida» o el sublime duo final. Clémentine Margaine estuvo soberbia con Amneris, cosechando así la mayor ovación de la noche. Convincentes, finalmente, Kwangchul Youn y Franco Vassallo como Ramfis y Amonasro respectivamente.

La dirección de Gustavo Gimeno fue en todo momento precisa, en una feliz comunión con la orquesta del Liceo. El coro, con un refuerzo equivalente a una tercera parte de la plantilla, sonó sólido, especialmente las voces masculinas. Mestres Cabanes nos demostró, hace 75 años, que se puede hacer mucho con talento y sin dinero. No sucede lo mismo al revés. Hoy sus decorados están tan maltrechos que quizás sea la última vez que luzcan en el escenario. Ojalá no sea así.

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