Salvador Sostres - Todo irá bien
Odian Barcelona
«Hay un odio por la ciudad, por la modernidad, por el progreso tecnológico y la creatividad que configura el catalanismo carlista que encarnan Torra y Puigdemont, entre tantos otros»
En la tradición catalana más bovina y lamentable, más cerril, atrasada y casposa, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, dijo ayer que «Barcelona ha abdicado» y que «Gerona ha asumido la capitalidad de Cataluña». No les gusta Barcelona, nunca les ha gustado. Hay un odio por la ciudad, por la modernidad, por el progreso tecnológico y la creatividad que configura el catalanismo carlista que encarnan Torra y Puigdemont, entre tantos otros.
Se nota en su vulgar modo de comer, siempre lo más obvio y pesado, sin ningún afán por la metáfora y con todo el desprecio por cualquier estilización de la materia. Se nota en su dificultad por desenvolverse en sociedad, por tener matices, cintura, estilo, gracia; por incorporar la tecnología a sus vidas, por alejarse de su zona de confort, de su pequeño círculo de seguridades. Ellos son el gato que mató a la curiosidad, para sobre todo no acabar sabiendo nunca más cosas de las que ya saben.
De ahí sacan sus apoyos, del paletismo aldeano, interior, del frío de las montañas, de la desolación del secano, de la tara que deja la tramuntana a su paso. Odian Madrid, odian a España, pero odian más Barcelona porque odiar es su modo de relacionarse con lo que les da miedo y temen más Barcelona porque está más cerca. Hay un independentismo empresarial, aseado, que viene del sueño de una Cataluña que podría mejor. No es el caso de Puigdemont, ni de Torra, ni de sus pobrísimos intelectuales de referencia. Su independentismo se basa en su complejo de inferioridad, en una mezcla de oportunismo y del niño que se ducha en calzoncillos tras la clase de gimnasia porque no quiere que sus amigos se rían de su virilidad poco dotada.
Les cuesta menos esfuerzo el desprecio que tratar de mejorar. El resentimiento y el victimismo son su rutina cansada. Su independentismo no es una ideología, es una inquietante expresión bovina, un angustioso mecanismo de defensa, y así se atiborran de la oscura, ajosa botifarra amb seques y se sienten indefensos ante el esplendor de una aceituna esférica.