La Ciudad de los libros en el año de Cervantes

«Barcelona, ciutat de llibres», editado por el Ayuntamiento de Barcelona, recupera imágenes de nuestra pujanza editorial

Una fotografía de Frederic Ballell muestra fila de hombres-anuncio que publicitan las bras completas de Verdaguer

SERGI DORIA

Ya lo anunció Cervantes en la segunda parte del Quijote. Calle del Call, imprenta de Sebastián de Cormellas: «Aquí se imprimen libros». En «Barcelona, ciutat de llibres», Isabel Segura Soriano cartografía la tradición editorial barcelonesa: «A medida que la ciudad se expandía, el sector del libro buscaba su ubicación en los nuevos espacios urbanos. Es, tal vez, la única industria que no ha sido expulsada de la ciudad. Otras no tuvieron la misma suerte».

Ya en 1886, entre las calles Córcega, Lauria y Diagonal que marcaban la frontera con Gracia se levanta el majestuoso edificio de Henrich y Cía, el taller tipográfico más potente de la España decimonónica. En la Barcelona de 1852, Cerdà había contabilizado en su «Teoría general de la urbanización» cuatrocientos cuarenta impresores de los que cuatrocientos eran oficiales. Aunque Henrich mantuvo su sede primigenia de la calle Escudellers, el tránsito de la Ciutat Vella al Ensanche marcaba el paso de la manufactura a la industria.

Maquinismo y Modernismo se conjugan en la sede de la editorial Montaner y Simon que Ramon Montaner encarga a su primo, el arquitecto Lluís Domènech i Montaner y que hoy ocupa la Fundació Tàpies. Con la Mancomunitat, se potencia la red de bibliotecas y la publicidad editorial toma las calles. Una fotografía de Frederic Ballell muestra una larga fila de hombres-anuncio que publicitan la edición popular de las obras completas de Jacinto Verdaguer al precio de doce pesetas. En la feria de Muestras de 1920, el sector editorial ocupa el desaparecido Palacio de Bellas Artes. Los impresores instalados en Barcelona representaban más de un tercio del sector en España y el setenta por ciento de los libros exportados en lengua española se producían en Barcelona y el treinta por ciento de Madrid. Cuando en 1925 el escritor y editor valenciano Vicente Clavel propone al gobierno de Primo de Rivera la celebración del Día del Libro Español, el 7 de octubre, las librerías Francesa, Catalònia, Hnos Vda. Pla, Voluntad, Subirana y Agustín Bosch i Sintes conciben una celebración más popular que académica que culminará con el cambio de fecha: el 23 de abril pasa a ser el día del libro y la rosa.

Esa pujanza editorial explica también la construcción en la Exposición de 1929 del palacio de Artes Gráficas de Montjuïc, hoy sede del Museo de Arqueología. Como explica Isabel Segura, «la representación de las editoriales e industrias barcelonesas fue espectacular : Seix Barral, Salvat, Tasso, Gili, Montaner y Simón, Maucci, Sopena, Henrich... También hubo representación de las papeleras Guarro, Torres, Iranzo, Vilaseca, del sector de la tipografía, de la industria del grabado en relieve y de la aplicación de la fotografía en las artes gráficas».

Sala de lectura de la Biblioteca de Cataluña (1958) BRANGULÍ

La urbanización del paseo de San Juan contempló la inauguración, 9 de febrero de 1930, de una biblioteca pública al aire libre con bancos a ambos lados del paseo central y un pabellón de lectura. Un reportaje fotográfico de Gabriel Casas en el semanario «Imatges» muestra a obreros adolescentes enfrascados en la lectura el verano de aquel año. Las implantación de las más modernas técnicas comerciales hizo de los libros un acontecimiento callejero que libreros-editores como Antonio López Llausàs explotaron en las librerías Española y Catalònia.

Cuando estalla guerra civil el libro corrió una suerte diversa. Mientras se salvan de las quemas anarquistas ejemplares que fueron a parar a la Casa de Convalecencia -en lo que será la Biblioteca de Catalunya-, el Servei de Biblioteques al Front brindó a los combatientes el consuelo de la lectura en tiempos de violencia. Aunque tras la victoria franquista se procedió a una «depuración» de lecturas consideradas «subversivas» por el Régimen, el aprendizaje de las artes del libro prosiguió en la Escuela del Trabajo, clases prácticas de tipografía presididas por los retratos de Franco y José Antonio. Los editores barceloneses dirigen su mirada a Latinoamérica y Barcelona se convierte en la capital del «boom». Según datos del historiador Manuel Llanas, entre 1955 y 1975, el valor añadido de la producción de papel, artículos derivados e impresión creció más del diez por ciento. Al margen de coyunturas políticas, la Ciudad Condal sigue siendo capital del libro en español. La Ciudad de la Literatura, justamente, en el año de Cervantes.

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