Anna Grau
Sobre ese oscuro chollo del «voto útil»
Si el único argumento es que quiero estar seguro de votar a una opción ganadora... ¿para qué dejamos que se presente nadie más a las elecciones?
EN la calle Canuda, 26, de Barcelona ha surgido un centro de artes culturales y escénicas donde el dramaturgo y escenógrafo Joan Ollé (represtigiado tras una fea caza de brujas que pinchó en hueso...) convoca a amigos, conocidos y curiosos a pequeños espectáculos de cámara. Recientemente asistí a la representación en catalán de 'Feliz Año Nuevo (Pequeño Tratado de Intolerancias)', monólogo sobre textos de Stéphane Charbonnier, escritor y viñetista del semanario Charlie Hebdo. El del atentado, sí. Precisamente Charbonnier, Charb, encontró la muerte en el mismo. Lo cual da a sus textos, interpretados por el actor Pep Munné, resonancias más hondas si cabe.
El divertidísimo monólogo trataba de cuestiones tan variadas como la costumbre de beber champán en las fiestas o la de pedir el «voto útil» en unas elecciones. Charb, que hasta el final de sus días militó en el comunismo francés, es decir, que se habría tirado de los pelos al ver cómo el «voto útil» de los suyos se desplazaba primero al socialismo, y al desagüe después, nos ofrecía reflexiones de este tipo: «Pedir el voto útil parece sensato. Pero, ¿cabe algo más supremacista? Si yo digo que un voto es útil, estoy diciendo que otro voto es inútil... ¿por qué y para qué? Si el único argumento es que quiero estar seguro de votar a una opción ganadora... ¿para qué dejamos que se presente nadie más a las elecciones? ¿Qué falta hacen las elecciones mismas?»
La gente se reía con ese tipo de risa que surge de oír verdades infrecuentes. Entre las encuestas amañadas y las campañas a favor del voto útil... ¿no acabaremos cualquier día como en aquel relato de Asimov donde un superordenador predice el resultado de unas elecciones mundiales a partir de un solo votante, con lo cual ya no hace falta que vote ninguno más?