Sergi Doria - Spectator in Barcino

Votos, mentiras y agentes rurales

Si las urnas no demuestran que los sondeos son una pasión inútil, Barcelona se nos va a llenar de agentes rurales

EFE

Sergi Doria

A punto de votar para evitar lo que parece irremediable -la toma de Barcelona por el nacional-populismo- sigo creyendo que la dignidad del Estado de Derecho la encarnó el Mosso 18849 el 21-D de 2018 cuando le espetó al agente rural uniformado «la república no existe, idiota».

La dignidad es el concepto más manoseado por Ernest Maragall junto con el de república. El gerontocrático candidato -cinco décadas de funcionario municipal- representa, junto a otras recientes incorporaciones de Esquerra (Alamany, Puig, Nuet), el triunfo del oportunismo político.

Si las urnas no demuestran que los sondeos son una pasión inútil, Barcelona se nos va a llenar de agentes rurales. De momento han ocupado la Cámara de Comercio aprovechando la conocida indolencia de nuestra burguesía económica: tras rendir pleitesía al vicario del palacio de la Generalitat volarán a Bélgica -en tractor el viaje se hace largo- para dedicar su triunfo al fugado de Waterloo.

De Waterloo retornó Jami Matamala, el empresario preferido del Ayuntamiento de Gerona. El hecho histórico -o, mejor dicho, histérico- acaeció el 14 de mayo -apúntenlo en sus agendas para ulteriores conmemoraciones- y tuvo el aspecto de una bienvenida a los jugadores del Barça de haber ganado la Champions en Madrid.

El periodista Albert Soler lo reflejó en su sarcástica sección del Diari de Girona. Con el título de Un botiguer vuelve de vacaciones deslizó fragmentos como este: «Parecía la entrada de Jesús en Jerusalén, Hossanna, no le faltaba a Matamala más que entrar en Gerona a lomos de un burro. Y no sería porque faltasen. Hasta Laura Borràs, la consejera más grande que ha tenido nunca Cataluña, por desgracia solo en el sentido físico, fue a abrazar al pobre Matamala, que debió pensar que le caía encima una figura del monte Rushmore».

No demos ideas, Albert: estos son capaces de esculpir un Rushmore indepe en Montserrat o el Montseny, la «muntanya d’ametistes» de Guerau de Liost. Dicen de este poeta noucentista -de nombre Jaume Bofill i Mates- que en las elecciones del 31 -concurría por Acció Catalana- su oratoria era tan líricamente elevada que los asistentes al mitin no entendían ni papa. Es lo que tiene el Noucentisme: incapaz para novelar la ciudad, prefiere el mal de altura; de ahí la querencia por la mirífica república lejos de la contaminada ciudad.

La pieza de Soler, agente libertario en la inquisitorial -antes inmortal- Gerona, agitó las protestas del Régimen. La hija del presunto héroe, ahora muy bien remunerado senador de la odiada España, regurgitó ira en la red: «Te diré dos cosas Albert Soler, que este artículo lo recordarás cada día que tengas el valor de mirarme a la cara por Gerona y que NUNCA ninguno de tus hijos estará la mitad de orgulloso de lo que yo estoy de mi padre. Eres un déspota, maleducado y aprovechado. La vida te pondrá en tu sitio».

Ya ven como las gastan en la caciquil -antes inmortal- Gerona. En El linchamiento digital, compilación de las ponencias del IV Congreso de Periodismo Cultural, se habla de «celebración de la mentira», «tambores tribales» y «bullying colectivo». Sirva de muestra el citado tuit gerundense; o los tuits xenófobos de Núria de Gispert; o aquel otro de Elsa Artadi comparando a sus presos con Ana Frank.

Además de los agentes rurales de la Cámara, Esquerra y Junts per Catalunya, la falacia tiene su hada en Colau. Reprobada hasta en ocho ocasiones, la alcaldesa que prometió ocho mil viviendas sociales y solo construyó ochocientas es capaz de decir una cosa y la contraria en veinticuatro horas. Si por la mañana del 21 de mayo leíamos «no aceptaré nunca que se supedite la política barcelonesa a la cuestión nacional o independentista» y «Barcelona no puede ser capital de una república que no existe», por la noche -debate de TV3- hablaba de «presos políticos», condenaba la aplicación del 155 y criticaba que Collboni no recibiera a los familiares de los sediciosos.

Pero Colau no es independentista, no señor. Tampoco lo es Gerardo Pisarello, el peronista que se partió el pecho intentando evitar que Alberto Fernández Díaz colgara una rojigualda en el balcón consistorial, mientras permitía la ilegal estelada y el lazo amarillo. Hoy lo tenemos, cómodamente instalado, en la Mesa del Congreso.

Piensen en todo esto antes de depositar la papeleta. En la imagen de Ernest Maragall, bajos del pantalón rozando el suelo, dándole a una pelota; en las 35 huelgas de Metro del cuatrienio Colau; en cómo se perdió la Agencia Europea del Medicamento; en la burguesita Artadi protestando por la «represión» -agravio comodín- con el tonillo de la CUP. Y en el artístico saqueo del PEN Catalán bajo gestión de la ultrapatriota Carme Arenas.

De nuestros votos dependerá que los agentes rurales acaben cambiando el nombre de la plaza San Jaime por San Jami (Matamala).

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