Sergi Doria - Spectator in Barcino
¿Volveremos al Arnau?
Casi nadie se acuerda de esas épocas esplendorosas, cuando el Paralelo devino en el Broadway barcelonés
![Fachada del teatro Arnao de Barcelona en una imagen de 2011](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2017/03/05/teatro-arnau-kHFD--620x349@abc.jpg)
Uno de los últimos momentos estelares del teatro Arnau, nos lleva a los años noventa. Los neones anuncian «El Arnau es...formidable», con Lita Claver, «la Maña», Pipper, Melissa, Diomny, Teresa y el Dúo Frediani. La vieja guardia del Molino insuflando vida al local que en 1903 compró Jaume Arnau, vecino de la calle Conde del Asalto; se inauguró como teatro un año después: el arquitecto Andreu Audet levantó el edificio tal como lo conocemos: aforo de setecientas localidades, estructura de madera.
Raquel Meller debutó en 1911 en el Arnau. La joven cupletista de raíces aragonesas –bautizada en la iglesia de Santa Madrona de la calle Tapiolas–, causó tal impacto que Eugeni D’Ors le dedicó una glosa y pronto pasó a competir con La Fornarina para ver cuál de las dos entonaba mejor el éxito del momento: la habanera «Ven y ven». Así lo explica Luis Cabañas Guevara –seudónimo unísono de Mario Aguilar y Rafael Moragas– en su «Biografía del Paralelo»: la Meller cobraba cuarenta pesetas diarias y el empresario del Arnau recaudó cien mil en los cuatro meses del espectáculo. Después del Arnau, la estrella actuó en el Liceo y convocó a cuatro mil espectadores.
El Broadway barcelonés
Hoy casi nadie se acuerda de esas épocas esplendorosas cuando el Paralelo devino en el Broadway barcelonés. De la Meller queda una humilde estatua, acosada por las terrazas turísticas; el Arnau es un rincón de suciedad con olor a meados del que, hasta ahora, nadie ha querido saber nada: como si se esperara el momento en que el deterioro estructural justifique el derribo.
Las piedras del Born tienen más prestigio –político– que la cultura popular y mestiza que germinó en el Paralelo. Es lógico que Enric H. March incluya al Arnau en su libro «Barcelona ciutat de vestigis» (Ajuntament de Barcelona) junto al Rec Comtal, las masías o los fragmentos de la muralla romana. En 1915, explica, la propiedad del teatro encargó al pintor y caricaturista Feliu Elias, Apa, la decoración de una estancia que ampliaba la oferta. March incluye fotos en blanco y negro de varias de aquellas obras, destinadas al Salon Bleu con el que el Arnau pretendía superar una crisis que acabó con la afluencia de dinero por la neutralidad española en la Gran Guerra: hasta 1930 se llamó Folies Bergère. Vemos una mujer desnuda en la bañera desparramando champán sobre los hombros con mirada lasciva; un modisto de aspecto monstruoso tomando las medidas a una ninfa con los senos al descubierto; otra ninfa que acaba de despertarse en un jardín y un Pierrot arrodillado que le rinde homenaje... March deja una pregunta en el aire: «¿Estas obras fueron destruidas o continúan escondidas bajo capas de pintura. En este momento no lo podemos saber...».
La precariedad estructural aconsejaba, según el ayuntamiento, el derribo del último de teatro de barraca de Barcelona. Ahora se habla de recuperarlo como espacio escénico para que pueda ser ese centro de documentación que el Paralelo merece: a ver si es verdad. A ver qué hacen.