Spectator In Barcino
Volverán a hacerlo (equivocarse)
Tampoco ayuda mucho que quienes piden el indulto o, ya puestos, la amnistía, sigan reiterando, con áspero rechinar de dientes, que «lo volverán a hacer»
La muerte de Maradona, otro mito necro-peronista, ocultó la enésima derrota del independentismo en el Parlamento Europeo. Diana Riba, esposa de Raül Romeva, y eurodiputada de Esquerra, presentó una enmienda: «Todos los pueblos de la Unión tienen el derecho de libre determinación, en virtud del cual pueden establecer libremente su condición política y proveer libremente a su desarrollo económico, social y cultural». La propuesta fue rechazada con 487 votos en contra y 170 a favor del Club de Fans de Sánchez (ERC, Podemos, Bildu, PNV) y los fugados Puigdemont y Ponsatí. Y el pasado martes, otra bofetada de la Eurocámara: aprobación de la reforma de la euroorden para incluir los atentados contra el orden público o la integridad constitucional (esto es, la sedición).
Las medias verdades independentismos ya son identificadas en Europa como mentiras de las gordas. Los presuntos exiliados por un Estado antidemocrático acuden al filibusterismo judicial para retrasar suplicatorios y extradiciones.
Experto en mover la bolita de aquí para allá, el Fugado de Waterloo intenta ganar tiempo con el «embolica que fa fort». Su abogado, Gonzalo Boye, inunda con documentos redundantes y recortes de prensa la comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo (JURI) para atascar los servicios de traducción. Con marrullerías, Puigdemont aplazaba la comparecencia del lunes 7 de diciembre para trasladarla al 14 de enero: tiempo precioso para preparar las elecciones, beneficiarse de la modificación del delito de sedición, o del indulto del gobierno socialcomunista.
Pero… ¡ay! Mientras perdure la separación de poderes en España, el trilerismo del Fugado y su Pícaro Abogado en Europa no cuela en un Tribunal Supremo que rechaza el tercer grado de presos que no han cumplido el periodo de privación de libertad necesario para acceder a esa medida de gracia.
Tampoco ayuda mucho que quienes piden el indulto o, ya puestos, la amnistía, sigan reiterando, con áspero rechinar de dientes, que «lo volverán a hacer».
La frase imperativa certifica la emocionalidad populista del independentismo. Sus líderes no sólo ignoran los argumentos del enemigo (el Estado Español); tampoco se toman la molestia de leer -releer sería suponer demasiado- a quienes, desde el catalanismo histórico, vivieron los desastres del «todo o nada». A esta caterva separatista la tenía calada Gaziel: en 1931 reclamaba diplomacia ilustrada a un nacionalismo con demasiados «napoleones» y «garibaldis».
Los catalanes, escribía, «somos ásperos, impacientes, arrebatados y en exceso prácticos, en el sentido de que queremos ir al grano inmediatamente, sin contar que la verdadera cosecha no es más que el término de una ardua y azarosa labor de muchos días y de todas las horas…».
La política catalana, concluía, «se afirma a sí misma con desmesurada soberbia, con incorregible miopía» con unos representantes «inabordables, bruscos, francamente antipáticos». Esa ha sido la crónica contemporánea del histrionismo nacionalista: de Carod a Puigdemont, pasando por Mas-Moisés.
El nacionalismo, «ho va a tornar fer»: quebrar la República en el 34 para perder la guerra en el 39. En 1944 el democristiano Maurici Serrahima planteaba una hoja de ruta que enmendara tantos errores: «El separatismo que hasta ahora hemos conocido acostumbra a ser una monstruosa quintaesencia del localismo», advierte en «Mentrestant». Califica el 6 de octubre de absurda «sublevación de un gobierno en ejercicio», pide a los catalanistas dejar atrás «la actitud eternamente protestataria» que juzga «la actitud cómoda de quien, desconectado de la responsabilidad de gobierno, exige a los otros que gobiernen, no solo bien, sino ajustándose en todo al punto de vista del gobernar que espera que se lo resuelvan todo». Lo seguimos viendo hoy: la culpa de todo es de Madrit (con T).
Los partidos catalanistas quieren el poder, pero no saben ejercerlo. Esquerra, apunta Serrahima, fue desde su victoria del 31, partido en el gobierno, pero «el caos de gente valiosa y demagogos, de patriotas y arribistas desenfrenados que la conformó no había pasado ningún cedazo».
Tampoco el liberal Claudi Ametlla tenía una visión complaciente del «ho tornarem a fer» secesionista: «Que me perdonen las ‘collas’ de catalanistas vociferantes y sus epígonos, que nunca faltan; los que creen que los catalanes solo tienen un problema, el nacional, y que una vez resuelto la felicidad será indefectible, y la plaza Cataluña el centro del mundo… Son los del ‘tot o res’, que se han quedado en el ‘no-res’...»
Ametlla ironizaba así en sus «Memòries polítiques (1890-1917)» que publicó Pórtic en 1963. RBA las reeditó en 2013; y en 2014 añadió los artículos de Gaziel («Tot s’ha perdut») y el «Mentrestant» de Serrahima.
Eran tiempos cenitales del «procés»: no parece que los sediciosos de 2017 los leyeran. Con Laura Borràs de candidata, Puigdemont conformará el 14-F un tándem digno de película de enredo: El Fugado y la Imputada.
Demagogos histriónicos, ignorantes históricos, siempre alérgicos a la autocrítica, reiteran que «ho tornaran a fer». Lo llaman persistir». En el error.