Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Volver a La Criolla

En los primeros añs treinta, el abarrotado local de la calle del Cid era el disco duro de un Chino delictivo y anarquizante

Sudor, sensualidad, miseria, morbo, cocaína, travestismo, promiscuidades de urinario... La Criolla en su esplendor

ace años un grupo de periodistas franceses requirió mi colaboración para pasear por la Barcelona literaria. Cuando llegamos a la avenida Atarazanas preguntaron dónde estaba La Criolla, el mítico local donde se prostituía Jean Genet en «Diario del ladrón» (1932). Se quedaron decepcionados cuando les señalé el hospital de Peracamps.

La «edad de oro» de La Criolla duró escasamente una década. Concluyó el 24 de la septiembre de 1938, cuando la aviación italiana bombardeó la zona portuaria y destruyó el inmueble número 10 de la calle del Cid. Acabada la guerra, las autoridades franquistas consideraron que aquel inmenso boquete iba de perlas para abrir una avenida en el laberíntico Barrio Chino.

El bautizo del «Chino» –año 1925, revista El Escándalo– por el periodista Paco Madrid coincidió la apertura por Antonio Sacristán y Valentí Gabarró de Casa Sacristán y La Criolla en los números 7 y 10 de la calle del Cid. La mezcolanza de prostitutas, marineros, travestidos –lo que se dice «gente de mal vivir»– atrajo a escritores franceses como Pierre Mac Orlan o Francis Carco. La Criolla se convirtió en un lugar de visita obligado en las rutas de eso que los gabachos denominaban la Barcelona «bizarre». En los primeros años treinta, el abarrotado local de la calle del Cid era el disco duro de un Chino delictivo y anarquizante. En 1932, Josep Maria de Sagarra dedicaba pasajes de su novela «Vida privada» a las excursiones burguesas por La Criolla, Can Sacristán o el Villa Rosa de Arco del Teatro.

En «La Criolla. La puerta dorada del Barrio Chino» (Comanegra) Paco Villar nos sumerge en el ambiente cargado del local: «Una atmósfera que entristecía y al mismo tiempo hechizaba». Sudor, sensualidad, miseria, morbo, cocaína, travestismo, promiscuidades de urinario... Viejas columnas decoradas como palmeras tropicales. Una orquesta con predominio del metal y la ayuda de un gramófono azotando los tímpanos de parroquianos insomnes... El libro incluye un álbum de firmas de cuya existencia daba cuenta Lluís Permanyer en 2010 y que Villar describe con detalle. Por La Criolla pasaron Duran y Reynalds, Josep Maria Planes, el alma de la peña del Ateneo Quim Borralleras, Sebastià Gasch, González Ruano, Pablo Gargallo, Enric Borràs, Jacinto Benavente, Margarita Xirgu, los hermanos Badia... La Criolla constituyó un refugio donde todas las ideologías estaban representadas, apunta Villar.

En cada página, los habitantes de aquel paraíso de las emociones fuertes: el propietario, Antonio Sacristán, dibujado por un joven Iquino; la gitana con faralaes que resultaba ser un tío; la pareja tanguista; el marinero con la ojerosa mujer de la vida... o con otro marinero; el burgués del bigotito con su gígolo en el regazo... «La Criolla, miedo a primera vista, agradable en el fondo», escribió un visitante anónimo.

La crónica de Paco Villar permite calibrar la transformación de los barrios bajos barceloneses. Placas de un nomenclátor ya sin espíritu: Cid, Peracamps, Arco del Teatro, la deshabitada de las Tapias o Nou de la Rambla que fue Conde del Asalto... El «Barrio Chino de leyenda», que cantó Gardel.

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