Crónicas pandémicas
Virus, bulos y ruedas de prensa
«Atribuir al enemigo una supuesta agresión bacteriológica no es nuevo»
Desde la noche de los siglos, los bulos sirven a los gobernantes para imponer sus arbitrariedades. Un repaso somero nos llevaría al XIX, cuando se acusaba a los jesuitas de contaminar las fuentes y echarles la culpa del cólera para quemar luego las iglesias; o aquellos falsos Protocolos de Sion que atribuían todos los males a los judíos; o la gripe «española» que no era española; o la acusación del incendio del Reichstag a un débil mental para justificar la dictadura hitleriana…
Ahora, con la crisis del coronavirus, el gobierno dice combatir los bulos de la «extrema derecha»; mientras, sus ministros peroran medias verdades tan nocivas como las mentiras. Por ejemplo, unir los ERTE al estado de alarma sin desvincular lo laboral de lo sanitario, treta desmentida por el pacto entre patronal y sindicatos. O reiterar que España es el quinto país del mundo que realiza más test, atribuyendo el dato a un estudio de la Johns Hopkins, universidad que no tiene constancia de estudio alguno.
La ofensiva global del bulo la encabeza Donald Trump con su tozuda tesis de que el coronavirus se escapó de un laboratorio chino.
Atribuir al enemigo una supuesta agresión bacteriológica no es nuevo. En El conocimiento inútil (1993), el pensador y periodista Jean François Revel rastrea en los renglones de la manipulación informativa cuando esta se reviste de una objetividad científica que sirve de coartada para contagiar la mentira. La desinformación «consiste en arreglarse para que sea el mismo adversario, o, en su defecto, un tercero neutral, quien, en primer lugar, haga pública la falsa noticia o sostenga la tesis que se desea propagar…».
Para ilustrarlo, Revel se remonta a 1985, cuando el SIDA irrumpió cual maldición bíblica. La Literaturnaya Gazeta soviética -son tiempos de Guerra Fría- se hizo eco de un artículo publicado por The Patriot de Nueva Delhi que «revelaba» que el VIH surgió de un laboratorio del ejército americano que desarrollaba ingeniería genética para la guerra bacteriológica. Los militares habían propagado el virus por el Tercer Mundo hasta llegar a Nueva York.
En la desvinculación de la fuente, que se presume objetiva, radica el éxito de la desinformación… hasta que alguien se molesta en investigar. No solo The Patriot era una cabecera prosoviética, sino que, como demostró un reportero del Times of Delhi , el artículo nunca fue publicado.
Pese al desmentido, el bulo siguió contaminando la opinión pública. Las agencias de noticias -ahora serían las redes sociales- recogieron la información rusa y el prestigioso rotativo brasileño Estado de Sao Paulo le dio credibilidad, hasta sustentar un informe para la cumbre de Países No Alineados que se reunió en 1986 en Zimbaue.
El presunto informe, que firmaban dos médicos del Instituto Pasteur (Jakob y Lilli Segal), ratificaba que el virus del SIDA se escapó del laboratorio de Fort Detrick (Maryland)… El diario conservador londinense Sunday Express se tragó la «revelación científica», lo que sirvió al Pravda para publicar un dibujo cruel; un médico entregaba un virus monstruoso a un oficial norteamericano que le recompensaba con un montón de dólares: «El SIDA, terrible e incurable enfermedad, es, en opinión de ciertos investigadores occidentales, una creación de los laboratorios del Pentágono», rezaba el pie.
«Tras las oportunas comprobaciones, resultó que el Instituto Pasteur no había oído hablar de esos dos sabios, que se acabó por localizar en… Berlín Este», apunta Revel. Y, a modo de moraleja, concluye: «La democracia no puede vivir sin la verdad, el totalitarismo no puede vivir sin la mentira; la democracia se suicida si se deja invadir por la mentira, el totalitarismo, si se deja invadir por la verdad». Tomemos nota.