Verdaguer, biografía a la inglesa
Marta Pessarrodona & Narcís Garolera ponen acento anglosajón a la vida de Mossèn Cinto
-ojo al signo de conjunción- firman una biografía de «Jacint Verdaguer» (Quaderns Crema) con marcado acento anglosajón. Después de la selva de estudios especializados con miles de notas a pie de página que dejó el Any Verdaguer 2002 -ni una sola biografía aprovechable-, el «lector corriente» puede acercarse a la poliédrica figura del autor de «L’ Atlàntida». Pessarrodona & Garolera han querido seguir el modelo británico, al modo de Quentin Bell con Virginia Woolf: «Que cuando el lector acabe el libro, considere que ha conocido un Verdaguer de carne y hueso, tanto si conoce -más o menos- la obra del escritor, como si no ha leído un solo verso».
El escritor que dio forma a la literatura catalana del XIX en poesías, libros de viajes y artículos seguía varado en las biografías de los años cincuenta: la de Sebastià Juan Arbó (1952), «plagada de errores y documentalmente obsoleta» según Pessarrodona & Garolera; la síntesis de Joan Torrent i Fàbregas, «superada por la información posterior, como el rico epistolario del poeta»; la biografía, todavía vigente, de Jesús Pabón (1954) y la de Ricard Torrents (1995), actualización de un ensayo de 1980.
Con tono irónico -a veces con un abuso de digresiones acerca de la literatura británica- Pessarrodona & Garolera nos conducen por el laberinto verdagueriano que se abre con «L’Atlàntida» y «Canigó» -sus años de capellán del marqués de Comillas- y finaliza en la Quinta Juana de Vallvidrera, adónde va a morir un hombre que se siente anciano con 57 años, tras un enfrentamiento que dividió -política y mediáticamente- a la sociedad catalana.
Entre los méritos de los autores: la traslación en euros de las pesetas de la época, lo que permite dimensionar las discusiones económicas del «caso Verdaguer». Su aproximación al mundo de los exorcismos y, en particular, a la familia Durán a raíz de su expulsión del palacio Comillas y el enfrentamiento del poeta con la jerarquía eclesiástica (Morgadas): «La suspensión de Verdaguer ‘a divinis’, decretada por el obispo que lo había coronado ‘poeta de Cataluña’ suponía dejarlo sin ningún medio de subsistencia», afirman. Los dos años en el monasterio de La Gleva -con escapadas a Barcelona para ver a quienes consideraba su familia adoptiva- culminarán en los artículos «En defensa pròpia».
No es extraño que Verdaguer estuviera tentado de colgar la sotana. La guerra comenzó con dos contendientes: el obispo y su mossèn... Pero había más actores y no precisamente secundarios, indican los biógrafos: el marqués de Comillas, los dos primos de Verdaguer y un amigo. Tachado de loco y rehabilitado por el psiquiatra Giné Partagàs, el Jacinto Verdaguer que Ramón Casas dibujó al carbón en 1901 pasó a ser el Mossèn Cinto del pueblo: tuberculosis, sotana raída y misas de difuntos en la iglesia de Betlem.
Pessarrodona & Garolera completan su biografía «anglosajona» con un «Qui és qui», el ‘dramatis personae’ de la peripecia verdagueriana: desde los Güell y los López a su enemigo familiar, Verdaguer Callís o la polémica Deseada Martínez, viuda de Durán, la mujer y madre de tres hijos que en 1895 acogió al poeta en su ostracismo de La Gleva. Un anexo con documentos testamentarios y los testimonios de María Gayón, la esposa del segundo marqués de Comillas, aportan voces de la época sobre el «Dante catalán». Como advierten sus biógrafos, el 10 de junio de 1902, no solo desaparecía un gran escritor y un sacerdote controvertido, sino también un mito: «Verdaguer tenía la facultad de convertir todas sus actividades en alguna cosa mítica, con consecuencias positivas («esbart» de admiradores) y negativas (apelación de «mártir»).
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