Miquel Porta Perales - El oasis catalán

Ventrílocuo

A la manera de la figura laboral del fijo discontinuo que trabaja cuando puede, Artur Mas imita al presidente que fue.

Cada vez que veo y oigo a Artur Mas tengo la impresión de ver y oír a un ventrílocuo. Esto es, un personaje que tiene el arte de modificar su voz –añado, incluso su apariencia– de manera que parezca que viene de lejos, que pronuncia sonidos diferentes, que cambia en función del personaje que interpreta. Lo curioso del caso es que tengo la impresión de que Artur Mas es el ventrílocuo de sí mismo, de un Artur Mas rígido e inexpresivo, con un discurso labrado en piedra. A la manera de la figura laboral del fijo discontinuo que trabaja cuando puede, Artur Mas imita al presidente que fue. Lo malo del caso es que se le nota demasiado. Cuando –según todos los indicios: veremos lo que dura la cosa– se ha producido el deshielo entre Madrid y Barcelona, él sigue erre que erre con lo de siempre: ¡no nos escuchan! Quizá añore el santo portazo que dio en La Moncloa el 20 de septiembre de 2012. ¿Qué se ha hecho de aquel septiembre en que Artur Mas y el independentismo se las prometían tan felices? El descalabro. Pero, Artur Mas –¿el real? ¿el aparente?– sigue ahí. Y declara que –si se lo piden, generoso como es– está dispuesto a sacrificarse otra vez por la causa y presentarse como cabeza de una lista unitaria a las próximas elecciones generales.

Artur Mas ya no está en la sala de máquina del «proceso», pero quiere volver a tomar el mando. O a tener a su alcance alguna palanca. O algún botón. Nada de nada. Se le ve venir de lejos. Por eso, ERC se apresura a decir que no. No quiere arrastrar el lastre de un ventrílocuo que resta más de lo que hipotéticamente podría sumar. Cuando el independentismo intenta acumular fuerzas para recuperar la esperanza tras el plebiscito perdido, ¿quién quiere a Artur Mas? Nadie. Probablemente, ni siquiera los restos del naufragio convergente. Y, puestos a decir, el propio presidente Carles Puigdemont debe respirar un poco más tranquilo observando como la sombra alargada de Artur Mas –que suele aparecer cuando menos conviene– se diluye en la oscuridad.

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