Los universitarios catalanes, entre el desánimo y la resignación ante el regreso de las clases virtuales
Los estudiantes se resignan ante la evidencia de que este curso tampoco podrán recuperar la normalidad en sus clases: «Esto huele a marzo»
«Esto huele a marzo, pringamos primero nosotros», se comentaba por los grupos de whatsapp de los estudiantes catalanes minutos después de que la Generalitat pidiera a las universidades dar clases virtuales hasta final de mes como medida ante el crecimiento de la pandemia. De eso hace dos semanas.
No hay datos oficiales que reflejen el número de contagios que se han dado dentro del contexto universitario catalán, ni las cifras específicas que concierne a la franja de edad de la mayor parte del estudiantado universitario, entre los 18 y los 22 años; estos números se encuentran diluidos en las estadísticas entre los menores de 10 a 19 y los mayores de 20 a 29. Pese a ello, el gobierno catalán dictó una orden que no ha sido bien acogida entre los estudiantes.
«Se trata también de poder compartir este conocimiento con los compañeros: si se pierde la presencialidad, se pierde la vida universitaria»
Víctor Naharro
Estudiante
Las universidades catalanas, a diferencia de los colegios e institutos de educación secundaria -donde se está impartiendo la docencia de manera más o menos habitual-, iniciaron el curso en septiembre con diferentes modalidades de semipresencialidad. Algunas tomaron la decisión de dar las clases magistrales por vía telemática y mantener los seminarios y clases prácticas presenciales; otras optaron por hacer grupos más pequeños, que se iban alternando entre ir físicamente a la facultad y ver la clase retransmitida en directo desde su casa.
«Se pierden ideas»
Víctor Naharro, estudiante en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), defiende la universidad como un espacio de aprendizaje que va mucho más allá de lo que pasa dentro de las cuatro paredes de un aula, por eso ve como un problema de mayor envergadura este cierre: «Se trata también de poder compartir este conocimiento con los compañeros: si se pierde la presencialidad, se pierde la vida universitaria, se pierde poder comentar las clases en el bar del campus, y ahí se pierden ideas», explica a ABC.
Los estudiantes se ven ahora forzados a pasar muchas horas sentados delante de un ordenador en su casa. Víctor tiene seis horas diarias de clases por videoconferencia, que se suman a las que sigue pasando delante del ordenador haciendo trabajos y preparando seminarios, entre otras tareas. Asegura que muchos días no llega a salir de casa.
Para algunas carreras, la presencialidad es básica a la hora de poder seguir los estudios. Es el caso de Anna Sanz, que estudia Educación Infantil en la Universidad de Girona (UdG). Empezó las prácticas obligatorias como docente en colegios hace un año, pero la pandemia interrumpió esta actividad en marzo. «No nos han dicho nada, aun no sabemos si podremos volver este año o no», cuenta preocupada a este diario. «Han tenido que cambiarnos los porcentajes de evaluación para, de momento, poder seguir el grado sin la parte práctica, pero me sigue pareciendo que es necesario volver cuanto antes posible», añade.
Pese a todo, algunos estudiantes coinciden en el hecho de que aunque la virtualidad rebaje el nivel de la docencia, «ahora las clases están mejor organizadas y pensadas, la Facultad ha unificado el sistema, el año pasado, cada profesor se apañó como pudo», como dice Alba Moreno, estudiante de Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona. «Los profesores se han adaptado a esta nueva situación tras ver que iban a seguir impartiendo clases en línea durante tiempo, me consta que algunos han hecho cursos y muchos ya han diseñado un 'plan b' por si nos vuelven a confinar», explica.
En comparación con el semestre pasado «ahora hay más seriedad, pero tampoco está la cosa para tirar cohetes, las plataformas que utiliza la Universitat de Barcelona (UB) tienen muchos fallos técnicos», dice Adrià Humbert, estudiante de Historia, que recuerda que el año pasado hubo asignaturas que no se impartieron. Los profesores nos mandaron hacer un trabajo y basta, pero estoy en la universidad, vengo a aprender, no a aprobar créditos«, apunta. Por lo general, entre el estudiantado reina el desconcierto y el desánimo, y muchos afrontan este curso con resiliencia. «Quiero volver a la universidad, no me gusta dar clases en línea, pero es lo que hay, entiendo que ahora hay que hacer las cosas así», concluye Adrià.
Un «espacio seguro»
En este contexto, Fem-la Pública, candidatura mayoritaria en el Consejo del Alumnado de la Universidad de Barcelona (UB), recrimina a las autoridades que tomaran la decisión de cerrar «sin aportar los datos que aseguren la necesidad de la medida» y expresaron no entender «por qué no se pueden tomar medidas alternativas que eviten el cierre de la universidad, como la realización de pruebas masivas entre el estudiantado».
En esta misma línea, el Consejo del Estudiantado de las Universidades Catalanas solicita que una vez transcurridos los quince días que en principio va a durar esta medida, las Consejerías de Salud y de Empresa y Conocimiento «evalúen si ha sido efectiva o no». «Las universidades son un espacio seguro», donde hasta ahora se brindaba «la oportunidad de relacionarse en un espacio seguro».