El tiempo recobrado de la librería Canuda

Hubo un tiempo en que en la calle Tallers funcionaron hasta cinco librerías de vell

Interior de la librería Canuda ABC

Sergi Doria

El 23 de noviembre de 2013 fue el peor día de Santi Mallafré. La librería que fundó su padre, Ramón Mallafré Conill, en Canuda 4, cerraba sus puertas. Aquel sábado «largo, fatigoso y muy duro» los clientes de la carismática llibreria de vell coparon las estanterías como si sus compras compulsivas pudieran salvarla de su anunciada muerte.

En los tres meses de agonía se había vendido tanto como en los nueve anteriores. Pero no era cuestión de ventas sino de la Ley de Arrendamientos que subió el alquiler de novecientos euros mensuales a los quince mil. «Para poder pagar esa cifra habría tenido que vender los libros con cocaína dentro» , ironiza Mallafré.

Hoy, de las 440 librerías de viejo censadas en España, solo un veinte por ciento mantienen local abierto y la mayoría vende online: «Internet ha hundido el negocio tal como yo lo conocí y practiqué», acota Mallafré.

Un cementerio apócrifo

El librero se lo cuenta a Manuel Llanas, historiador del periodismo y la edición, en La Canuda i el comerç del llibre vell (Comanegra), biografía conversada sobre aquel paraíso de la bibliofilia que algunos identificaron con el Cementerio de los Libros Olvidados. Aunque Ruiz Zafón se inspiró en un hangar californiano al que se accedía con una linterna, el sótano con olor a humedad de la Canuda movía a la comparación. El autor de La sombra del viento visitó más de una vez la Canuda; en 2008, Planeta alquiló a la librería de Mallafré dos mil libros antiguos para la espectacular presentación de El juego del ángel en el Liceo.

Este cronista debe a la Canuda momentos felices de bibliofilia. Allí adquirí en los ochenta una novela de las que te cambian la vida: el Viaje al fondo de la noche (Edhasa) de Céline por cuatrocientas pesetas; allí, uno podía encontrar cualquier ejemplar de Alianza o Austral a los que otros libreros hacía años que les habían perdido la pista… O adquirir el Vals de Francesc Trabal en un ejemplar que perteneció a Guillermina Motta.

Si uno andaba perdido accedía al quarto del catàleg de acceso restringido: primero con fichas y después con un ordenador, te confirmaban si el título que buscabas estaba disponible y te orientaban por el laberinto libresco. Si dabas tu nombre, pasabas a formar parte del mailing de la casa y recibías puntualmente por correo el catálogo de la Canuda y la Cervantes, con la imagen del autor del Quijote en portada.

Ramón Mallafré , el padre de Santi, había fundado en 1931 la Cervantes de Tallers, 82 y la Canuda en 1947. Cuando alquiló la Canuda pagó cien mil pesetas de traspaso. Antes, el local albergó los preciosos muebles del modernista Gaspar Homar; fue luego bar, librería y sala de exposiciones y en la posguerra cava de jazz donde los industriales vallesanos enriquecidos con el franquismo se citaban con sus queridas.

Ni la Cervantes ni la Canuda fueron librerías anticuarias con piezas de alta bibliofilia, advierte Llanas: «Se ajustaban al concepto de la librería popular situada en un enclave urbano muy céntrico que invitaba a pasearse con toda libertad y a rebuscar sin manías en la variadísima oferta». La Canuda tuvo visitantes tan heterogéneos como Dalí, Cassen, Gila, Gil de Biedma, Sempronio, Rubianes, José Manuel Blecua, Perucho, Tharrats, Xavier Miserachs, Raimon, Enrique Badosa, Javier Gurruchaga, Rosa María Sardà, Antoni M. Badia i Margarit, Serrat y Ruiz Zafón .

Servicio público

Mallafré califica a las llibreries de vell de servicio público: «Gente con recursos escasos e inquietudes culturales muy diferentes , de todas las edades, podían conseguir libros a precios módicos para formar una biblioteca».

Y lo más importante: en un tiempo de gran inflación editorial e imperio de las novedades que condenan antes de tiempo a muchos libros al olvido -o la trituradora-, el librero de viejo constituye un baluarte frente a la descatalogación.

Hubo un tiempo en que en la calle Tallers funcionaron hasta cinco librerías de vell: la Cervantes, la Tallers, la de la viuda Dubà, la Goya del señor Massegosa (fundador de la Feria del Libro de Ocasión) y la Calderón. En la calle Canuda, la Canuda, la del Sol i la Lluna (hoy Antiquaria Farré), y la de los Siete Sabios. Y en Aribau, la Torras, la Studio, la Muntadas, la Lux, la Castro, la Cultura Nacional, la Dubà y la Gibernau. Y en la plaza San Jaime, cinco más, todavía en los años noventa. «Tres lustros después, bajo la presión del turismo de masas, los establecimientos de fast food se las han tragado a todas» , lamenta Llanas.

Cuando la puerta metálica confinó la Canuda, Mallafré recordó los versos que Machado dedicó al entierro de un amigo: «Un golpe de ataúd en tierra es algo / perfectamente serio». Luego, alguien dejó dos rosas entre las rejas metálicas. La rosa, el libro: tiempo recobrado.

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