Sergi Doria
Thriller editorial barcelonés
Tras la marcha de Planeta a Madrid, consecuencia del «putsch» secesionista, arrecian las dudas sobre el futuro editorial barcelonés
Fin de curso editorial. Disfruto con «El asesinato de Laura Olivo» (Alianza), novela negra –¿thriller editorial?– de Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, 1964). En palabras del escritor peruano afincado en España: «Lo que se cuece en el mundo de la literatura es una marmita con ingredientes pasionales y emotivos muy fuertes. Decepciones, euforia, esperanzas que a menudo no se cumplen».
El ingrediente principal de esa tóxica marmita es la asesinada Laura Olivo, agente literaria que alcanzó la hegemonía desde la nada a base de repartir mandobles y estrujar a los autores que representa. «Llevas cuatro horas con escritores y en lugar de hablar de literatura, hablas de sus agentes, casi siempre mujeres», ironiza Benavides.
Laura Olivo no tiene nada de intelectual; trata a sus autores menos distinguidos como carne de cañón: «Si viera lo terribles, lo vergonzosos y desquiciantes que pueden ser algunos escritores para quienes un premio, una reseña en el periódico, unos cuantos elogios los elevaban a una nube donde flotan envanecidos…» comenta uno de los personajes. La esclavitud del egotismo los convierte en rehenes de esa mujer ambiciosa y cruel.
No se puede entrar en muchos más detalles al hablar de una novela negra, pero en este caso y para esta crónica lo que importa es la experiencia de Benavides en el mundo del libro. «El asesinato de Laura Olivo» transcurre entre Madrid y Barcelona, dos mundos que el autor contempla «distintos y a menudo distantes». Los personajes de ficción conviven con escritores del «boom» como Jorge Edwards, Carlos Fuentes o José Donoso.
Aunque afirma que «mientras haya autores, con sus respectivos agentes, habrá Barcelona», Benavides filtra su visión de la Cataluña que el nacionalismo ahoga. El viudo de Laura Olivo evoca la Ciudad Condal que alumbró la mejor generación de la literatura hispanoamericana: «Aquella era una Barcelona dorada, iconoclasta, atrevida y desprejuiciada que nada tiene que ver con la Barcelona cateta, casposa y egoísta de hoy en día. Estaban los grandes: Manolo Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Pere Gimferrer, Ángel Crespo, que había regresado de Puerto Rico...»
La descripción de Benavides concuerda con la de Vargas Llosa sobre el provincianismo que acabó con la ciudad que fue punto de encuentro de todas las españas en el tardofranquismo. Fue hasta los primeros ochenta. Cuando Pujol comenzó su «dictadura blanca» –expresión de Tarradellas–, el protagonismo creativo pasó al Madrid de la «movida». El paréntesis de los Juegos del 92 pareció revivir el cosmopolitismo perdido; las esperanzas estaban puestas en la victoria de Maragall: pero sucumbió a la tentación identitaria. Condenada a ser «solamente» capital de una Cataluña ensimismada, Barcelona podría perder su capitalidad editorial.
Hoy padecemos una consejera de Cultura que desprecia lo español y la vieja reticencia que sitúa extramuros de la cultura catalana a los autores que viven en Cataluña y escriben en castellano. Por ejemplo, el premio Llibreter. Creado en 2000, en sus primeras ediciones premió a Javier Cercas («Soldados de Salamina», 2001) y Enrique de Hériz («Mentira», 2004). También se distinguió a Enrique Vila-Matas («Bartleby y compañía», 2000 y «París no se acaba nunca», 2004) y Carlos Ruiz Zafón («La sombra del viento», 2002). Desde 2010 –inicio de la ofensiva nacionalista– se acordó establecer una categoría de literatura catalana que en las últimas ediciones ha venido recayendo en un escritor en catalán. La otra opción es «otras lenguas».
La vocación hispanoamericana barcelonesa queda patente en el histórico catálogo de Seix barral y su premio Biblioteca Breve. La editorial ha celebrado el fin de curso con un homenaje al setenta aniversario de «El túnel» de Ernesto Sabato y la reedición de la novela con la inclusión de los informes de la censura franquista. Y como hemos hablado de egos literarios, una anécdota que contó Juan Cruz. Sabato le pregunta quiénes son los tres mejores autores argentinos: «Borges, Cortázar y Sabato», contesta. Al escritor le enoja esa tercera posición: «¡Yo siempre el último!» Cruz, que conoce el percal, lo arregla: «Es en orden alfabético...»
Tras la marcha de Planeta a Madrid, consecuencia del «putsch» secesionista, arrecian las dudas sobre el futuro editorial barcelonés. De ahí que para resaltar la capitalidad hispanoamericana sean necesarios encuentros como el Fórum Edita, centrado este año en la edición en América Latina, el Mercado Único Digital, la defensa de la propiedad intelectual, las bibliotecas del siglo XXI o el audiolibro que vence al e-book. Es bueno que Markus Dohle (Penguin Random House, Nueva York), Ricardo Cayuela (Penguin Random House, México) Rüdiger Wischenbart (Content & Consulting, Viena), Luigi Spagnol (Mauri Spagnol, Milán) o Vincent Monadé (Centre National du Livre, París) sitúen en Barcelona la edición en español. Cayuela se preguntó ante doscientos oyentes si realmente queremos seguir siendo capital editorial del idioma de Cervantes. La pregunta del editor mexicano llevaba implícita la respuesta: renunciar a la capitalidad editorial en español es un suicidio cultural.