Teresa Cunillera - Tribuna abierta

El legado de Ernest Lluch, veinte años después

Gracias al diálogo, Ernest Lluch alcanzó numerosos hitos y contribuyó a construir una España más justa e igualitaria

Teresa Cunillera

Hace veinte años que Ernest Lluch fue asesinado por el odio al regresar a casa después de dar clases en la facultad. Le dispararon cuando salía del coche con sus apuntes en la mano y murió abrazado al conocimiento. Un conocimiento del que siempre se nutría y que nos ha dejado como tesoro. Porque ni el odio más profundo pudo llevarse su legado, que sigue hoy más vigente que nunca.

Ernest Lluch fue un gran político y un gran intelectual, siempre aprendiendo y siempre enseñando. Abierto a todo y con la enorme virtud de ser capaz de cambiar su opinión y mejorarla escuchando a los demás. Huía de los monólogos y defendía el diálogo incluso con su propia vida. Su muerte, como la de tantos otros demócratas asesinados por el mismo odio, no fue en vano porque al final los terroristas dejaron de matar, siguiendo el consejo del ya emblemático «gritad, gritad más fuerte porque mientras gritéis no mataréis», que Lluch clamó ante los manifestantes de la izquierda abertzale que le abucheaban durante un mitin en Donostia. Tantos años de lucha hasta lograr que los asesinos cambiaran las armas por la política no pueden menospreciarse ahora excluyendo al que piensa diferente del debate democrático. Se han segado demasiadas vidas por defender el diálogo con aquel que piensa diferente. Merecen que sigamos avanzando en esa senda y que preservemos los puentes de entendimiento que tantos años costaron construir.

Gracias al diálogo, Ernest Lluch alcanzó numerosos hitos y contribuyó a construir una España más justa e igualitaria. Si hoy gozamos de un estado del bienestar tan ejemplar es en buena parte gracias a él, que en 1986 sentó las bases de la sanidad universal y gratuita para hacerla accesible a toda la ciudadanía, hasta entonces atendida en función de su cotización laboral, algo que excluía a la mujer que no trabajaba y perjudicaba a los trabajadores con empleos más precarios. Cuando Ernest Lluch asumió las riendas del Ministerio de Sanidad construyó un nuevo sistema para atender a toda la ciudadanía, acabando con las desigualdades y construyendo una sanidad pública admirada en todo el mundo. Seguramente no podía imaginar los azotes de una pandemia mundial como la que estamos sufriendo y debemos agradecer que nos dotara de una sanidad universal tan robusta para poder dar hoy una respuesta tan ejemplar.

Con su gran labor como ministro de Sanidad, logró que la atención sanitaria dejara de ser un vector de desigualdad, al desvincular la salud del empleo y defendiéndola como bien superior, una idea por entonces revolucionaria impulsada por un economista. Porque Ernest Lluch también fue un gran economista, que se sirvió de sus dotes pedagógicas para convertirse en un profesor ejemplar. Un político intelectual y un profesor comprometido con la política. Ambas facetas eran indisociables y le erigieron como una de las figuras más relevantes de su época. Pese a ello, era un hombre sencillo que hablaba de un modo muy entendedor e interpelante, y que siempre estaba dispuesto a seguir aprendiendo de los demás para tejer el gran legado que ahora nos toca preservar.

Teresa Cunillera es delegada del Gobierno en Cataluña

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