Teresa Giménez Barbat - Agenda Europea
Lo tenemos crudo
Hay que dar la razón a los naturalistas: la leche cruda es, efectivamente, un paraíso, sobre todo para bacterias como la Salmonella, Brucella o el Campylobacter
Leche cruda, directamente de las ubres de la vaca, sin tratamiento ni intermediarios. Leche natural, ¡recién ordeñada!, con su sabor intenso y esa nata que es manjar de dioses, y de cuyo disfrute nos habían privado las grandes corporaciones y sus gobiernos títeres. Hasta hoy. Al menos para quienes vivimos en Cataluña, pues el Gobierno del memorable Torra nos ha abierto de nuevo las puertas del Edén.
Hay que dar la razón a los naturalistas: la leche cruda es, efectivamente, un paraíso, sobre todo para bacterias como la Salmonella, Brucella o el Campylobacter. Los nutrientes que contiene impulsan la reproducción exponencial de estos bichitos, de manera que un vaso de leche puede convertirse en una bomba insalubre. ¿Por qué se prohibió su venta hace décadas? Porque puede llegar a matar.
Los expertos de la EFSA -la agencia europea que analiza los alimentos que consumimos en Europa- también lo han dejado claro: en el caso de la leche cruda, las buenas prácticas higiénicas en granjas o el mantenimiento de la cadena de frío no evitan que se produzcan infecciones provocadas por su consumo.
¿Llegará el día en que ese gran intelectual que rige los destinos de los catalanes descubra a Pasteur? Gracias al proceso que debe su nombre a este pionero de la microbiología, y que consiste en someter un alimento, generalmente líquido, a temperaturas elevadas, las bacterias mueren en vez de matar y su consumo deja de ser una actividad de riesgo. Por de pronto, la semana que viene preguntaré a Vytenis Povilas, el Comisario de Salud y Seguridad Europea, si no sería necesario prohibir la venta de leche cruda en toda Europa para evitar que en países como Italia o regiones como Cataluña, se legisle contra la salud pública.
Naturalistas y nacionalistas comparten la idea de un pasado mítico y esplendoroso, de ahí que sus agendas se retroalimenten. Los primeros olvidan que las enfermedades también son naturales (tanto como la muerte); los segundos, que el nacionalismo destruyó Europa en dos ocasiones. Habrá que recordarles que el proyecto europeo es un anhelo civilizador que pretende combatir tanto la salmonela como la xenofobia.